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La Primavera


CAPÍTULO I: LA VISITA

Nueva York, 1952, un oscuro y pequeño despacho y un hombre oculto bajo un sombrero que lo inunda con el humo de cigarrillos baratos... una llamada telefónica y una menuda secretaria...

-Su cliente ha llegado

-Hágalo pasar... -murmura el hombre quitando los pies de encima de la mesa y recobrando la compostura.

Un hombre entrado en los cuarenta, con una abrigo largo y negro y una oscura y espesa barba pasa al despacho y toma asiento delante del otro. Es un hombretón realmente grande, si ha venido a por algo más que negocios nuestro amigo tendrá problemas...

-¿Detective Howard Montana?- pregunta el recién llegado con una voz muy grave que recuerda a la de los locutores de radio.

-Depende, ¿Quién lo pregunta?

El hombre metió la mano bajo el abrigo, pero Howard ya palpaba su 38 que tenía oculta bajo la mesa. El "cliente" sacó una botella de whisky escocés, de un dorado brillante, que resaltaba en la oscura habitación. Howard lo observó con detalle...

-¿Es de importación?

-Traído del mismísimo Edimburgo.

-Está bien,- aceptó el detective- Hablemos de negocios... ¿Señor?

-Olvídese de los nombres Sr. Montana y observé esta delicia.

El hombre mostró una fotografía de una hermosa mujer rubia, vestida de gala y con guantes largos posando con una copa en la mano. Howard la miró detenidamente:

-Muy guapa ¿es su mujer?

-¡La chica no!- se exaltó el otro- El anillo, hombre el anillo- La mujer de la fotografía lucía una enorme sortija en el dedo anular derecho con motivos florales hechos con grandes piedras preciosas... -Se llama "La Primavera" y es una joya única. Contiene un diamante de 50 quilates, así como rubíes, esmeraldas, zafiros y amatistas. Cuesta una fortuna...

-Entiendo... ¿Y quiere "recuperarlo"?

-Si me está insinuando que lo quiero robado está muy equivocado Sr. Montana… “La Primavera” hace años que pertenece a mi familia…. Es a mí a quien se la han robado…

-Y ¿tiene alguna pista de quien pudo ser?

-Ninguna, lo guardaba bien, oculto en una caja fuerte en mi despacho. No la forzaron, quien la robó averiguó la contraseña y se dio a la fuga.

-¿No la tenía vigilada?

-Por supuesto, debió ser alguien de confianza, eso lo tengo claro. Pero tengo miedo de levantar sospechas y de destapar mis “asuntillos”… No sé si me explico…  Por ese motivo he acudido a usted y no a la policía… ¿Me entiende?

-Perfectamente. Es decir, que no me va ayudar en nada…

-Lo único que puedo ofrecerle es el dinero que le haga falta y whisky de importación.

-Me las apañaré. He resuelto casos con menos. Pero necesitaría que aquí y ahora redacte una lista de persona cercanas a usted y a “La Primavera”, y describa el lugar exacto de donde se encontraba escondida.

El hombre asintió y redactó todo lo que Howard Montana le pedía.

-Aquí tiene, si eso es todo, debería  marchárme. Si necesita algo de mí, no se preocupe, ya me encargaré de encontrarle.

Los dos hombres se levantaron y se dieron la mano…

-Ha sido la reunión más rara que he tenido nunca.

-Ha sido normalmente rara.- afirmó el misterioso hombre mientras salía por la puerta.


Montana se quedó pensativo mientras encendía otro cigarro y fumaba observando los espectaculares rascacielos de la ciudad. Echó un vistazo a la lista, solo eran una serie de nombres que no le decían nada. Era un caso realmente complicado, incluso para él, el detective privado Howard Montana, no tenía nada. Solo una fotografía y una lista. Tendría que tirar de sus contactos para averiguar algo más. Descolgó el teléfono y marcó un número….



Había quedado con Ego Alex… Un periodista de Europa del Este que trabajaba de día para el World y por la noche captaba información para quien lo necesitase, más bien para quien mejor le pagase. Conocía todos los asuntos sucios de Nueva York. Nadie sabía su verdadero nombre, así que sus conocidos le apodaban “Ego” o “Ego Álex”.

Montana se reunió con el periodista en el callejón cercano a su edificio.

-Que privilegio que el gran detective Howard Montana quiera contar con mis servicios. ¿En qué puedo ayudarle?

-Tengo un caso, y necesito que busques información para mí. Te mostraré una lista, y tú me dirás si te suena alguno de esos nombres…

-Debes de estar muy perdido para recurrir a mí…- Ego tomó bruscamente la lista y la fotografía que le tendía Montana y las observó a través de las gafas.

-¿Y bien?

-Puede que haya algo…- le tendió de nuevo los papeles pero cuando Montana la iba a coger, Ego Alex apartó la mano- Antes tenemos que hablar sobre mis honorarios, no es barato comprar mi silencio.

-Agradece que no te denuncie a la policía…

-¿Denunciarme tu? ¿Howard Montana? A caso creerás que no se lo tuyo con la policía de Nueva York, ¿verdad?

Montana apretó las manos para evitar machacar a ese periodista arrogante.

-¿Cuánto?- le consolaba saber que ese dinero no saldría de su propio bolsillo.

-Diez mil y que me dejes seguir la investigación.

-Cinco mil.

-¿No es negociable?

-Está bien…-asintió Montana de mala gana.

Conozco la sortija de la fotografía, es “La Primavera” pertenece a una familia de traficantes muy importantes, los De Reois, y supongo que se la habrán robado.
Montana asintió.

-La lista contiene personas que podrían haber tenido acceso a la caja fuerte donde estaba guardada la sortija. ¿Puedes decirme algo más?



-No sé quién puede ser la mujer de la fotografía, pero reconozco el escenario. Es un club llamado The Wild Lemon, un lugar de negocios que frecuentan tipos como yo o como los De Reois y en los que tu jamás entrarías… -Montana volvió a asentir, se estaba metiendo en asuntos en los que no le gustaba inmiscuirse, pero era una primera pista- La estrella del The Wild Lemon es una joven bailarina pelirroja- Ego mostró la lista a Howard Montana y señaló un nombre: “Ayla Hurst.



CAPÍTULO II: THE WILD LEMON

Esa misma noche, Ego llevó a Montana al The Wild Lemon. La noche en Nueva York es fría, Montana vagaba oculto bajo una larga gabardina y su inseparable sombrero. Ego vestía de traje, con un largo abrigo y también con sombrero, aunque no tan elegante como el atuendo de Howard Montana.
Llegaron a un callejón oculto entre los rascacielos, el local estaba señalado con un pequeño y luminoso cartel junto a la silueta de una mujer con un traje de baño amarillo limón y con un león agarrándola por el abdomen.
Había gente alrededor intentándose colar en el local, la mayoría hombres maduros de aspecto descuidado pero con ropa cara. En la entrada, un gorila trajeado les impedía el paso. Ego y Montana se abrieron paso entre la gente hasta llegar al guardaespaldas. El periodista susurró algo al oído del hombretón y éste le dejó pasar, pero le cerró el paso al detective.

-Es un amigo- dijo Ego Alex.

El guardaespaldas tendió la mano y Montana acarició en su bolsillo el fajo de billetes que le había dado De Reois para cubrir los gastos del caso.
En el interior les esperaba un antro oscuro y lleno de humo. Un escenario con una alfombra roja de terciopelo y un telón morado y una pasarela rodeada de mesas con manteles blancos y sillas negras…
Una mujer de unos treinta años se acercó a recibirlos a la entrada, llevaba puesto un vestido negro y largo y un collar de perlas… Tenía el pelo cortado a la moda, media melena negro con una cinta de plumas en la cabeza y una boa a juego sobre los hombros. Caminaba forzadamente sobre unos tacones de aguja.

-¡Álex!-exclamó al verlos- Hacía tiempo que no te veía por aquí…

-¡Bethany! Tan simpática como siempre. –Se abrazaron amistosamente-He estado muy ocupado últimamente. Negocios, ya sabes. ¿Está mi mesa disponible?

-A primera fila, tal y como te gusta. Veo que hoy vienes acompañado…

-Sí, este es mi amigo, el señor Peter Hammer, hacemos negocios juntos.

-¡Es adorable! Venid, os llevaré a vuestra mesa…

Bethany acompañó a los dos hombres a su mesa. Y les preguntó que iban a tomar. Aun estando de servicio, Montana no pudo resistirse a una copa bien fría de bourbon con hielo, Ego le imitó.

-Bethany, antes de que te vayas…- interrumpió Ego- ¿Va a actuar Ayla esta noche?

La mujer asintió con la cabeza y se retiró en silencio.

-Parece simpática- aclaró Montana.

-Es una puta.

Ya con su whisky en la mano, el detective Howard Montana examinó el local… Seguramente que ninguno de aquellos hombres había dicho cuál era su nombre real y seguro que las damas que los acompañaban no eran sus esposas. Montana se fijó en una joven de ojos grises y pelo castaño, Vestía con una especie de traje de baño negro, palabra de honor, con una pajarita alrededor del cuello y medias de rejilla. La chica sonrió pícara cuando se percató de que Montana la miraba, el detective, que no tenía muy buena mano con las mujeres, enrojeció y se sumergió en el bourbon. La joven se acercó a ellos, tenía unas piernas largas y delgadas y mucho pecho. Caminaba contoneando las caderas exageradamente.
Se sentó en la mesa delante de los dos hombres. Montana casi se atraganta con el whisky.

-Hola guapo, no te he visto mucho por aquí, ¿eres nuevo? ¿Me invitas a una copa?

-Lo siento señorita,-interrumpió Ego- pero mi amigo ya se ha comprometido con una dama esta noche, sin embargo yo estoy completamente disponible.-dijo mientras se ajustaba la corbata.

-No hablaba contigo cuatro ojos, sino con tu amigo,- le respondió con desprecio- dime guapo… ¿Cómo te llamas?

Montana enrojeció aún más y bebió más bourbon…

-Pe… Pe… Peter Hammer.- tartamudeó- ¿Dónde diablos me has traído, Ego? –le susurró a su compañero…

-Bienvenido a la auténtica Nueva York.-respondió entre risas

-Yo me llamo Emily, delicia, pero puedes llamarme como te plazca… ¿Qué tienes pensado para esta noche?

Emily se sentó sobre su regazo y pegó su rostro al del detective

-He venido a ver a una bailarina… Se llama Ayla, Ayla Hurst.

-¿En serio? Vienes a ver a esa cría, a esa puta barata a ver como mueve un poco el culo… Me tienes delante, dispuesta- la muchacha se abrió de piernas frente a Montana que no podía estar más sonrojado- ¿Qué más quieres?

Las luces se apagaron y un gran amarillo iluminó el escenario y la pasarela carmesí. Bethany se subió al escenario y cogió el micrófono:

-Buenas noches caballeros. Al fin ha llegado el momento de la noche que tanto ansiabais, dadle la bienvenida a Ayla Hurst.

El público rompió en aplausos. El pianista comenzó a tocar una melodía lenta, pero con notas agudas que le proporcionaban cierto ritmo y mantenían atentos al público.
Una voz grave, sensual, empezó a cantar siguiendo el compás de la música. Despacio, dejándose llevar por la melodía… La chica apareció tras el telón, pegándose el micrófono en los labios rojos. Llevaba un vestido carmesí de lentejuelas, de finos tirantes y que caía por encima de las rodillas. El vestido se abría por un costado y dejaba al descubierto el muslo. Llevaba altos zapatos de tacón, como la mayoría de las señoritas del antro, y unos largos guantes púrpuras. El cabello era anaranjado, y ondulado, con las ondas bien peinadas recorriéndole la espalda. Sin duda era una chica muy bonita, pero demasiado joven para frecuentar ese tipo de locales.
La muchacha desfiló por la pasarela, recogiendo los billetes verdes que los clientes le tendían. Alex sacó un billete y lo mostró para que la chica se acercase. La joven dio la vuelta por la pasarela y se arrastró hasta el detective y el periodista. Cogió el billete que le tendía, y miró a los ojos a Howard Montana. Él, sin embargo, se fijó en cuello, de donde colgaba una pequeña pieza de oro con piedrecitas de colores. Instintivamente se abalanzó hacia ella, pero su compañero le sujetó.

-Tranquilízate.-le aconsejó

-Tengo que hablar con ella. Estoy seguro de que sabe algo sobre “La Primavera”.

-Está bien,- afirmó el otro- Pero se discreto.

Alex se levantó y llevó a Montana a la otra punta del local, frente a una puerta verde, custodiada por otro gorila. El periodista cogió algunos billetes del bolsillo de Howard Montana y se los mostró al segurata.

-Venimos a ver a Ayla Hurst.

-La señorita Hurst no acepta visitas esta noche- murmuró sin apenas mirarlos.

Montana sacó otro par de billetes de su bolsillo y se los mostró.

-Si quieres sobornarme, deberás hacerlo mejor.

El detective sacó más dinero del señor De Reois y se lo ofreció al segurata.

-Un momento.

El guardaespaldas llamó a Bethany.

-¿Álex?- se extrañó la mujer cuando llegó- ¿Por qué quieres ver a Ayla?

-Yo no, pero a mí amigo Peter le ha gustado. Vamos Bethany, hazlo como un favor hacia mí. Déjalo entrar solo a él, y mientras tú y yo tendremos una de esas charlas que tanto te gustan.- le guiñó el ojo.

Ella sonrió sonrojada.

-Está bien, Curtis, deja pasar al señor Hammer,- miró al detective- tienes treinta minutos.


Cogió el puñado de billetes y se marchó con Álex, mientras el guardaespaldas conducía a Howard Montana hacia el camerino de Ayla.


CAPÍTULO III: LA BAILARINA

El detective Howard Montana avanzó por el estrecho y oscuro pasillo lleno de fregonas, cubos y basura hasta llegar a una puerta de madera vieja, donde en una estrella de cartón y escrito con rotulado había escrito un nombre: Ayla Hurst.
Entró sin llamar, la chica estaba frente al tocador, cepillándose el cabello rubio, ¿rubio? La peluca pelirroja descansaba en un maniquí sobre la mesa mientras la joven se peinaba una media melena rubia y sin ondas.
Era una habitación pequeña, decorada con un papel de pared viejo y desgastado de color rosa con motivos florales morados. Había un diván junto a una pequeña mesa de café y un tocador con un espejo lleno de productos de belleza y maquillaje. En un rincón había una barra metálica llena de vestidos colgados. En el suelo había zapatos de tacón y sombreros y boas de plumas de diferentes colores colgados por el pequeño camerino
Ayla vio a Montana a través del espejo y se sobresaltó dejando escapar un pequeño aullido.

-Perdona, no pretendía asustarte- dijo Montana poniéndose nervioso. Nunca había sido muy habilidoso con las mujeres.

-No, tranquilo, es solo que esta noche no esperaba compañía. Si lo hubiera sabido me hubiese preparado para la ocasión. ¿Cómo te llamas, pequeño?

Ayla llevaba una bata rosa, en lugar del vestido rojo y se había quitado el maquillaje. Cogió una boa de plumas de color rojo y se acercó al detective, que se había quedado plantado detrás de la puerta. Cuando la joven se acercó tuvo que aflojarse el nudo de la corbata. Le agarró la mano y lo condujo hasta el diván. Tomaron asiento uno al lado del otro. De cerca y sin maquillaje, Ayla parecía mucho más joven que durante el espectáculo.

-Dime guapo ¿en qué puedo ayudarte?- tenía una voz grave, pero muy sensual, que ya había destacado mientras cantaba.

-Verás, yo… Buscaba información sobre una sortija, se llama La Primavera, ¿te suena?

-No me gusta mucho hablar de esos temas… Soy más de pasar a la acción. Un dedo juguetón acarició el botón de la camisa de Howard Montana y éste se apartó bruscamente.

-¿Pero, tú, cuántos años tienes?- preguntó el detective

-Creo que no has venido para eso…- dijo ella acercándose sensualmente a Montana

-Créeme que sí.

Ella resopló indignada

-¿No serás uno de esos clientes que viene a ponerse paternalista conmigo, verdad?

-¿Cuántos años tienes?-preguntó el otro insistente.

-Diecinueve.

-Ahora en serio…

-No te estoy mintiendo.-dijo ella en un tono exageradamente infantil

-¿Dieciséis?

-Diecisiete… -aceptó ella

-¿Y no deberías estar en casa con tus padres, en vez de en un lugar como este?

-Oye mira, me da igual cuánto hayas pagado por entrar aquí. Pero si solo has venido para soltarme este rollo de que cambie de vida, de ambientes y todo eso, lárgate… Pierdes el tiempo… Tampoco sé 
nada de esa joya de la que me hablas.

Ayla señaló la puerta y permaneció de pie, plantada delante de Montana.

-En realidad, yo creo que si sabes algo-el detective alargó la mano hacia el pecho de la joven y tomó el corazón dorado entre sus manos.

Ella se lo arrebató inmediatamente. Pero el hábil y experto ojo de Howard Montana puedo observar bien la pieza. Era un corazón de oro, bastante grueso, con un dibujito de una flor rosa y verde hecha con pequeñas piedras preciosas, muy parecido al diseño de La Primavera. Sin duda, una pieza de categoría, teniendo en cuenta que la lucía una joven bailarina de diecisiete años.

-¿De dónde has sacado esto?-preguntó intrigado.

-Fue un regalo…- saltó ella a la defensiva ante la incrédula mirada de Howard- Mira, pone mi nombre…

Efectivamente, en medio del corazón aparecía gravado el nombre de Ayla…

-¿Quién te lo ha regalado?-preguntó él en tono agresivo, la chica le ocultaba algo. Montana se acercó bruscamente a la joven y ella retrocedió asustada…

-Un cliente.

-¿Qué cliente?

-No puedo decírtelo…

-¿Qué cliente?-preguntó él agarrándola de las muñecas con fuerza…

Ella intentó liberarse, pero él era más fuerte. Cerró los ojos y apretó el rostro.

-Si te lo digo me matarán…-sollozó

Montana observó los brazos de la joven, cuando vio una pequeña marca en la muñeca izquierda. Un tatuaje diminuto, hecho con simples trazados de tinta negra que en conjunto con los trozos sin pintar 
simulaban el rostro de un zorro…

Miró a la joven a los ojos, dos grandes ojos verdes aterrorizados.

-¡Estás marcada!- dijo él soltándola de golpe y retrocediendo…- ¡Estás marcada!

El detective se apresuró a correr hacia la salida, sin escuchar las palabras de Ayla…

-¡Espera!

Howard Montana recorrió el pasillo hasta el salón y buscó con la mirada a su compañero. Estaba aterrorizado, temblaba y había comenzado a sudar…
Localizó a Álex en una mesa, con Bethany sentada sobre su regazo y un puro en la mano. Ambos reían mientras él le acariciaba la espalda desnuda.

Montana tomó al periodista del brazo, casi tira a la mujer al suelo, y se lo llevó a la salida…

-Tenemos que irnos. Ya.

-Detente un momento- dijo Álex sujetándole por la gabardina- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué has averiguado?

-La chica, la bailarina… - Montana estaba muy nervioso, casi no le salían las palabras y empezó a preocupar a su compañero.

-¿El qué? ¿Qué le pasa?

-Está… La chica está marcada….

A Álex se le desencajó el rostro…

-No puede ser, quieres decir que Ayla Hurst…

-Sí,- asintió el detective con el rostro cubierto de sudor- Ayla Hurst está marcada por Renée le Renne.


CAPÍTULO IV: EL AMANTE

(hace unos meses)

El hombre se levantó de la cama sigilosamente, para evitar despertar a su compañera. Se encontraba en un cuarto de motel barato, oscuro y sucio.  Se dirigió al cuarto de baño y se lavó la cara, observó su rostro en el espejo, aunque la penumbra apenas dejaba distinguir su propio rostro reflejado en el cristal.
-¿Qué estás haciendo?- una voz femenina y juvenil resonó al otro lado de la habitación.

-Ahora voy... -contestó el hombre con la voz entrencortada

De nuevo atravesó la oscura habitación y se aproximó a la cama donde jugueteaba la muchacha. Ayla estaba tumbada boca abajo, con la espalda desnuda y la mejilla apoyada sobre sus brazos, sonriéndole.
El hombre le acarició la espalda, los brazos y el rostro con cariño, luego se escabulló entre las sábanas y se abrazaron...

-¿Cuánto me va a costar esta noche?- bromeó el hombre

- Sabes que soy incapaz de cobrarte nada. Lo hago porque quiero....

-Lo se, pero cada vez me resulta más complicado ver como otros hombres juegan contigo, te lucen como un trofeo, te tocan, te besan...

-A mi tampoco me gusta mi trabajo, ni el tuyo, ¿pero que podemos hacer? Si nos fugásemos, seguramente acabaríamos muertos, y es demasiado caro comprar mi libertad... - su mirada se oscureció de repente y bajo el rostro, humillada.

Él le levantó la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos, le sujetó las mejillas y le sostuvo la mirada,

-Eres hermosa Ayla, muy hermosa, ¿pero sabes que resaltaría aun más esos bellos ojitos verdes?

Ella negó con la cabeza. El hombre se levantó y buscó entre su abrigo arrugado en una silla. Sacó un pequeño estuche de terciopelo que llevaba oculto en un bolsillo y volvió con la muchacha. Ocultó el estuche detrás de si y le ordenó que cerrara los ojos. Del estuche sacó una cadena dorada con un corazón que en la parte superior derecha llevaba incrustado unas piedras rosas y verdes que simulaban unos motivos florales. Colocó el collar alrededor del cuello de la bailarina, con delicadeza, acariciándole el pelo y besándole el cuello y el hombro.
Se colocó frente a ella, de pie, observando el collar sobre su pecho desnudo.

-Abre los ojos...

Ella se sorprendió al ver la joya que lucía

-Pero... ¿cómo? ¿cómo has podido permitirte una joya así? Apenas tienes dinero...

-Yo no, peor mi jefe sí. Hice un trabajo muy bien pagado y aquí está: el regalo perfecto para mi chica favorita.

Se besaron, apasionadamente, las manos de él abrazaron su estrecho cuerpo mientras que las de ella le rodeaban la espalda. Hicieron el amor, cada vez que lo hacían podría ser la ultima, ya que con sus complicados puestos de trabajo bien podrían aparecer muertos en un callejón al día siguiente.
Cuando terminaron, ella yacía apoyada en su pecho, mientras se acariciaban tiernamente...

-¿Tiene algún significado?-preguntó ella- Ya sabes, la joya...

-Digamos que es una llave que puede abrirte muchas puertas.

Ella jugueteó con el collar.

-Me encanta. Es el único regalo que me han hecho jamás. Y no creo que haya otro mejor en el mundo.

El hombre se apenó al oír esas palabras...

-Ayla, te prometo que te sacaré de esta vida. Aún no se cómo ni cuándo, pero te juro que aunque sea lo ultimo que haga, no vas a morir siendo una puta.



CAPÍTULO V: SE HA ESCRITO UN CRIMEN

Montana fumaba frente a la ventana de su despacho, en un vano intento de mantener la calma y evitar pensar en el desastre en que se había metido. Reneé Le Renne, no había otro gángster en toda Nueva York que hubiese robado La Primavera... ¡Tenía que ser él! Él mismo Le Renne que había arruinado su carrera de policía, que le había llevado a caer en las sucias garras del alcohol. Reneé Le Renne, el hombre que le había arruinado la vida...
El detective asomó la cabeza desde su ventana en el octavo piso, una caída desde allí sería mortal. "Ojala pudiese tirar a ese maldito hijo de puta por aquí" pensó Howard al mismo tiempo que Álex entraba por la ventana echando humo a insistencias de la secretaria de Montana que le pedía que no entrase.
Ambos se miraron, hacía varias semanas que no se veían, desde que conocieron que Ayla Hurst era una de las chicas de Le Renne, Montana se había desentendido del caso, no contestaba las llamadas del periodista ni tampoco las de su cliente, alegando que estaba ocupado trabajando en otros asuntos. Álex llegaba sudado y jadeando, como si acabase de correr una gran maratón.

-La han matado Howard.- dijo entre suspiros

-¿Qué? ¿A quién han matado?

Alex tiró un periódico sobre la mesa y cogió la botella de whisky del detective.

-¿Recuerdas a Emily? ¿La joven que intentó seducirte en el Lemon?- Montana asintió levemente con la cabeza- La han encontrado degollada en un callejón cerca del club. Con una gran quemadura en la muñeca izquierda. La habían torturado y golpeado. He intentado acercarme a la escena del crimen, pero la policía no me ha dejado entrar.

-¿Sabes que inspector es el que llevaba el caso?- preguntó el detective mientras echaba un vistazo a la noticia del asesinato.

-Un tal Jiménez. ¿te suena?

-Jiménez...- suspiró Montana- un chulito latino que siempre quiere hacerlo todo solo y sin ayuda. Estaba en el cuerpo cuando yo aun pertenecía a él. ¿Crees que Le Renne ha sido el asesino? En fin, quemar la muñeca izquierda es su modus operandi. Les quema su marca a las chicas que se portan "mal".

-Parece que entiendes mucho del tema.

Montana lo miró de reojo y cuando iba a responderlo la voz aguda de su secretaría le interrumpió.

-El señor Montana está reunido con su socio. No puede pasar, me da igual lo importante y urgente que sea...

Los dos hombres se miraron y observaron como la secretaria y la otra persona forcejeaban para entrar al despacho. Montana ya palpaba su pistola oculta bajo la mesa cuando Ayla Hurst se coló por la puerta y cerró tras de si a la histérica secretaria.

-Ayla...- susurró- Está bien Marjorie, déjala pasar.

La secretaria protestó pero ni Howard ni Álex la escucharon, ambos se quedaron perplejos al ver entrar a la joven bailarina, despeinada y con un diminuto vestido negro y roto, descalza y sucia. La chica se sentó y rodeó sus rodillas con los brazos mientras le resbalaban las lágrimas por las mejillas.
Álex se acercó a ella para ayudarla, la envolvió con su abrigo y pidió que le preparasen una bebida caliente. Montana no se fiaba de ella, así que seguía cerca de su treinta y ocho.

-¿Qué ha sucedido Ayla? ¿Quién te ha hecho esto?

-La han matado- dijo entre lágrimas- Ella solo quería ser como nosotras y la han matado... - la joven se echó a llorar ocultando su rostro entre sus manos ante las miradas perplejas de los dos varones.

Una vez calmada, y con un te caliente entre sus brazos, Ayla contó lo que había sucedido: "Las chicas no elegimos ser mujeres de Le Renne, ella nos escoge a nosotras. Desde pequeñas, nos coge de hogares de acogida, de familias problemáticas, o nos compra a nuestros padres por mucho dinero. A mi me recogió de un centro de acogida a los ocho años. Normalmente recoge a niñas que nadie echará de menos... Después nos adiestra, nos enseña a ser las perfectas compañeras, hablar de negocios y de política, cantar, bailar y siempre estar perfectas para nuestros acompañantes. Cuando ya estamos listas los hombres nos contratan, son personas como Le Renne, de negocios de dudosa reputación, les acompañamos a los clubs, les servimos copas y les soplamos los dados. Si pagan bien también nos acostamos con ellos. ¿Lo estáis entendiendo?"

-Es complicado- afirmó Montana- Hasta ahora pensaba que las chicas de Le Renne eran solo un puñado de prostitutas que el... o ella protegían. Creí que se ocupaba de otro tipo de negocios. Cuando yo era policía e iba tras su pista, lo suyo eran las armas.

-Una tapadera, el verdadero negocio de Renée Le Renne es buscar niñas, adiestrarlas y usarlas como mercancías. Pero tiene que despistar a la pasma y a sus competidores y a veces realiza pequeños negocios como traficar con armas o con drogas...

-¿Y qué tiene que ver la muerte de Emily con todo este asunto?- preguntó Álex

-Las chicas de Le Renné están protegidas. Si llevas esta marca en la muñeca, nadie abusa de ti, ni te golpea, ni te hace daño, porque el castigo que recibirá por tocar la mercancía de Reneé Le Renne será mucho peor. Por ese motivo muchas chicas se tatúan el zorro en la muñeca, para estar protegidas en la selva de asfalto. Emily y yo estábamos en el mismo hogar cuando Le Renne apareció, nos seleccionó a las dos para formar parte de sus chicas, pero finalmente solo se quedó conmigo. Nos encontramos años después, su familia de acogida la había tratado mal y ahora era una vulgar prostituta mientras que yo tenía un zorro gravado en la muñeca. Conseguí un trabajo para Emily, pero jamás me perdonó que Le Renne me escogiese a mi en lugar de ella. Se tatuó una marca falsa. Hacerse eso es casi peor que dañar una de las chicas. Cuando sale una imitadora, Le Renne lo sabe, y manda a su gente a por ella. Les quema la marca, no merecen tenerla, y las tortura hasta la muerte...

-Le Renné ha matado a tu amiga, ¿no Ayla?- ella asintió débilmente- ¿Y a ti que te ha sucedido?

Ayla sacó una tarjeta de su escote. Era una de las tarjetas de Howard Montana, donde ponía su dirección. Por eso los había encontrado.

-Se te cayó esto cuando viniste a mi camerino. Lo encontró uno de los hombres de Le Renne, creen que colaboro contigo y han intentado matarme. Pero escapé.
Montana, con su habitual pericia, observó como habían intentado cortarle la marca a Ayla.

-Vale, no te preocupes, puedes quedarte aquí hasta que demos con Le Renne- dijo Álex sin consultarlo con Montana, algo que desconcertó totalmente al detective.

-Álex, ¿podemos hablar un momento a solas?

Álex se levantó y ambos salieron a la recepción.

-¿Tu estás loco? ¡La está buscando uno de los criminales más peligrosos de Nueva York! ¿Y tu le ofreces quedarse aquí?

-¡Es una cría! No podemos dejarla en la calle. Tu tienes muchas más ética que yo, deberías darte cuenta de esto...

-Eso no quita que no tema por mi vida

Unos portazos en la puerta de entrada interrumpieron la acalorada discusión. La secretaria se sobresaltó, Ayla asomó la cabeza por la puerta del despacho. Sin la seguridad de su pistola, Montana se sentía indefenso. Unos hombres entraron de golpe a la recepción. No eran hombres de Le Renne, eran policías. Encabezados por un hombre de unos treinta años, moreno de piel, musculoso y con un espeso bigote negro.

-Jiménez... - susurró Montana al verlo entrar.

-¡Ex-inspector Montana!- exclamó el otro- ¿Cuanto tiempo?

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CAPÍTULO I: EXTRAÑOS EN UN BAR —Siento molestarte, ¿pero tú eres Zeta, verdad? ¿El cantante de Mägo de Oz? Saco el dedo con el que removía la copa de balón de ginebra y alzo la vista hacia los brillantes ojos que se están fijando en mí. Son verdes, redondos, enmarcando un rostro ovalado de pómulos altos, nariz pequeña, rasgos delicados y mejillas sonrojadas. Apenas queda gente en el bar. El concierto ha sido un fracaso, he dado lo peor de mí. Estoy mal, estoy roto por dentro, estoy hecho una puta mierda. Me entran escalofríos al recordar la mirada que me ha echado Txus al bajar del escenario. ¿Cuántos gin—tonics llevaré ya? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Qué hora es? ¡Joder, las tres! Y mañana temprano cogemos el avión de vuelta a Madrid. Los demás se han ido hace rato al hotel. Están decepcionados conmigo, enfadados, furiosos… ¿Cómo he podido hacer un concierto tan malo, apenas unos meses antes de la salida del nuevo disco? No es un buen momento para mí, y ellos lo saben, pero a Txus so

TIERRA MOJADA PARTE 3: Cap I: Siempre seremos cientos y tú.

Es primavera en Alaska y me levanto con la primera luz del alba, un fino rayo de sol se filtra entre las cortinas. Suspiro, exhausta ¿cuándo fue la última vez que dormí ocho horas seguidas? Creo que fue antes de quedarme embarazada, y de eso hace ya más de tres años… Me froto los ojos cansada, la habitación en penumbra, a los pies de la cama, duermen mis dos gatos, en forma de pelotas de pelo. Una mano áspera se posa sobre mis hombros, cojo aire y trago una bola de saliva amarga: - ¿Otra noche de insomnio? -me pregunta una voz aguda pero masculina. Me froto el cuello, cansada. Las caricias en el brazo son reconfortantes, y los besos en el hombro desnudo son suaves y agradables. -Siempre va a peor durante esta época del año. -Lo sé. -me da un tierno beso en la frente. Cierro los ojos saboreándolo con dulzura. Una vocecita me llama desde la otra habitación. Cansada, hago el esfuerzo de levantarme. -Ya voy yo. Tú duérmete un ratito más. -No, -respondo desorien