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La Barricada

Epílogo: El final feliz

El barón Pontmercy leía y firmaba documentos en su despacho, tranquilamente, como si nada hubiese pasado, como si no hubiesen encontrado el cuerpo sin vida de su adorado hijo con un tiro en el estómago y como si no hubiese perdido la batalla legal para recuperar los restos mortales de Enjolras y enterrarlos en el mausoleo familiar, junto a su esposa.
El cadáver de su joven retoño había aparecido en el Puente de Marie hacía dos días, lo encontraron unos niños que correteaban de camino al colegio, con la camisa blanca ensangrentada, los ojos abiertos como platos, la dentadura teñida de rojo y una pistola en la mano. Estaba solo, totalmente solo. A primera vista, el juez declaró que se trataba de un suicidio, probablemente llevado a cabo por la frustración y la deshonra de ser perseguido por la ley. El cuerpo enseguida fue reconocido por su padre como, quien lo reclamó para enterrarlo en el mausoleo de la familia Pontmercy, pero el jurado conservador no permitió que el barón enterrase el cuerpo en suelo sagrado, al fin y al cabo, el suicido era pecado. Pontmercy contrató los mejores abogados para recuperar el cadáver de su amado hijo, pero parecía que el mundo no quería que Enjolras descansase en paz. Había sido perseguido por la ley, se merecía que su cuerpo fuese enterrado junto a otros malechores.
Pero cuando ya estaba casi todas las esperanzas perdidas para el barón Pontmercy, alguien llamó a su puerta esa mañana...

-¿Si? ¿Quién es?

-El inspector Javert ha venido a verle, barón- presentó un criado.

-Dígale que pasa- el barón se quitó las gafas- ¡Bienvenido inspector! ¿A qué debo su cordial visita?

El temido policía lucía pálido como un fantasma, su rostro estaba demacrado, como si estuviese enfermo. Dos enormes bolsas negras se hinchaban bajo los pequeños y enrojecidos ojos azules. Le Habló con un hilo de voz ahogada que surgía de entre unos labios secos y dañados. Pero ante todo llevaba el uniforme azul marino impecable, con su sombrero a juego bajo el brazo y la espada colgada al cinto, pero su pistola había desaparecido

-Buenos días barón. Me siento muy afortunado de estar hoy aquí y ser portador de buenas noticias, si es que en un momento tan frágil como el que usted y su familia están pasando puede haber alguna noticia que en realidad sea buena.- el inspector tendió una carta a Pontmercy, éste rompió el lacre con el sello del juzgado y leyó para si mientras Javert explicaba en voz alta- Como después de realizar la investigación no ha quedado claro que se tratase de un suicidio o de un homicidio, el juez ha hecho caso a su petición y se le devolverá el cuerpo de su hijo para que lo entierre en suelo sagrado.

El barón se lo quedó mirando, sabía que Enjolras y Javert no se llevaban nada bien, de hecho fue el mismo el que acreditó la orden de busca y captura contra su hijo, y ahora lo ayudaba a devolvérselo, al menos lo que quedaba de él. Y no era solo eso, sino que ahora se investigaba la posibilidad de que su hijo había sido asesinado... ¿Y si la tal Ayla en realidad no era tan buena como Enjolras se imaginaba?

-Inspector- preguntó el barón-Usted fue de los primeros en acudir a la escena del crimen y el principal responsable del caso... -Javert asintió- Cuando encontró el cuerpo... - Pontmercy tragó saliva- ¿Llevaba con él una cajita negra con unas iniciales bordadas en oro en la parte de arriba?- El inspector reflexionó y sacó de dentro de su chaqueta el objeto que le demandaban  y se lo lanzó al barón, éste lo abrió y observó decepcionado como la sortija había desaparecido. Ahora lo tenía claro, la tal Ayla era una cazafortunas, se había llevado el valioso anillo y lo había matado... Cerró la caja y miró al inspector- Enjolras se relacionaba con una joven de nombre Ayla... ¿Qué sabe de ella?

-Era una joven prostituta de la taberna de Thénardier, huérfana, no tenía a nadie. Rescató a Enjolras de la barricada, lo curó y lo ocultó hasta hace dos días...

-¿Y dónde está ella ahora?

-Desapareció sin dejar rastro. Quizá le dio miedo ser acusada y huyó...

-¿Cree que ella podría ser la responsable de la muerte de mi hijo?

-Barón, si hay una cosa de la que estoy seguro en este mundo: es que esa chica estaba dispuesta a dar la vida por Enjolras...

Enjolras (Aaron Tveit) luchando en la barricada
El barón realizó una reverencia y se dispuso a abandonar la sala ante la atónita mirada del barón...

-Barón... ¿Si me lo permite?- Pontmercy asintió con la cabeza, otorgándole la palabra- Se que sus planes son enterrar a su hijo en el mausoleo familiar, junto a su esposa, un acto muy respetable. Pero creo que esos no eran los deseos de Enjolras...

-¿Usted cree conocer los deseos postmortem de mi hijo mejor que yo?

-A pesar de todo, conocí a Enjolras mejor de lo que piensa barón- respondió el otro- Vaya al suburbio de Saint Michel, allí, cerca de la fábrica de tejido hay una pequeña iglesia llamada de Saint Raphael, pregunte por el Padre Digné, él le ayudará... -Y el demacrado inspector se marchó.


Sin saber aun el motivo, el barón Pontmercy acudió a la humilde iglesia de Saint Raphael... No estuvo con Enjolras los últimos meses de su vida, y tampoco habló con él jamás sobre la muerte, sinceramente cuando vivían juntos las conversaciones entre padre e hijo eran casi nulas. No había sido un buen padre en vida, pero seguía queriendo lo mejor para su pequeño, aunque dadas las circunstancias lo único que le podía proporcionar ya era un buen lugar para descansar eternamente.
El aristócrata entró solo al templo, vestido con un elegante chaqué negro y un sombrero de copa, mientras se apoyaba en un bastón con empuñadura de oro. No había nadie en la pequeña y oscura iglesia, tan solo iluminada por unas cuantas velas cerca del altar, donde un hombre vestido con hábito, regordete y calvo limpiaba la estatua del arcángel al que le dedicaban el nombre del templo.

-Disculpe... ¿Padre Digné?-preguntó acercándose al hombrecillo.

-Sí, soy yo- dijo el hombre con una cordial voz mientras se limpiaba las manos y  se acercaba al recién llegado- ¿En qué puedo ayudarle?

- ¿De verdad que no sabe quién soy?- se sorprendió el barón dada su reputación como mano derecha del rey.

-Lo siento monsieur, intento recordar el nombre de todos los fieles que acuden a mi pequeño templo. Pero mi memoria ya no es como antes- se disculpó el religioso.

-Soy el barón Pontmercy- exclamó en un tono entre indignado y orgulloso.

-Pontmercy... ¿De que me suena su nombre? ¡Ah, usted debe ser familiar de Enjolras! Siento mucho su perdida...

-Gracias Padre, y sí, Enjolras es mi hijo.

-Le ofrecería una bebida caliente barón, pero somos una congregación humilde. Aun así, ¿en qué puedo ayudarle?

-Espere un momento... ¿Usted conocía a mi hijo?-dijo el aristócrata señalando con un dedo acusador.

-Por supuesto, era amigo de Ayla. Venían a menudo, Ayla era muy fiel, tenía unos valores muy arraigados y Enjolras la acompañaba...

-Me cuesta creer que mi revolucionario hijo acudiese a una iglesia... Debía estar muy enamorado de esa joven.- el Padre asintió dándole la razón.- La cuestión, Padre Digné es que esta mañana la justicia me ha devuelto los restos mortales de Enjolras, mi plan era enterrarlo en el mausoleo familiar, junto a su madre, pero el inspector que me ha dado la noticia me dijo que él hubiese preferido otra cosa...

El Padre asintió, comprendiéndolo.

-Sígame monsieur.

Digné acompañó al barón hasta la parte trasera de la iglesia, donde había un pequeño cementerio. El religioso señaló una esquina en el lado más apartado del camposanto.

-Justo allí.

El barón Pontmercy (Patrick Godfrey) dispuesto
a hacer lo que sea por cumplir el último
deseo de su hijo
El barón Pontmercy se acercó al lugar donde le había indicado el Padre, un pequeño hueco en la tierra en un cementerio de una iglesia humilde de un barrio pobre. Allí quería ser enterrado Enjolras Pontmercy. El barón observó la tumba de al lado, una cruz de madera astillada con un nombre gravado con carboncillo: GAVROCHE. A los pies de ésta, un ramo de flores seco.

-¿Quién era él?-dijo el barón al padre, que se había acercado al lugar.

-Gavroche, era amigo de Enjolras, pereció en la barricada...

-Por eso mi hijo acudiría a la iglesia con Ayla. Para ver a su amigo... Ya me había sorprendido que él acudiese aquí a rezar...

-Barón, Gavroche era el hermano menor de Ayla, apenas tenía nueve años cuando murió en los brazos de ambos durante la noche de la revuelta. Ayla tuvo que escoger entre salvar a Enjolras o recoger el cuerpo del pequeño. Enterramos un ataúd vacío, pero ella quería hacerle un homenaje y tener un lugar donde poder visitarle. Enjolras jamás se perdonó la muerte de Gavroche, si hay algún lugar donde querría descansar en paz, sin duda sería este. Al lado del niño que le cambió la vida, que le enseñó a amar...

El barón se quedó sin palabras. Ayla no podía haber sido la asesina de Enjolras, una joven tan católica como ella, que sacrificó el cuerpo de su hermanito por darle una oportunidad a su hijo... No, ella sin duda le amaba, pero ahora había desaparecido y él no podía agradecerle todo lo que había hecho por Enjolras.

-¿Dónde está Ayla, ahora?

-No lo se- suspiró el padre como temiendo lo peor- Venía aquí al menos dos veces a la semana, rezaba, limpiaba la tumba y le ponía flores. La última vez que la vi fue la noche en la que mataron a su hijo. Temo que le haya sucedido también algo a ella y que su cuerpo haya desaparecido...

-Padre, no quiero abusar de su hospitalidad. Pero ¿podría contarme más sobre esa chica? ¿Quería a mi hijo? ¿Le hizo feliz?

El Padre Digné sonrió nostálgico y comenzó a relatar la historia de la joven Ayla, de su hermanito Gavroche y de como esos dos jóvenes se enamoraron perdidamente el uno del otro. Después de una larga charla, el canoso barón Pontmercy concluyó:

-Dispongálo todo para que Enjolras sea enterrado al lado de Gavroche, donde debe estar, con su familia. Y Padre ¿me haría otro favor?- el hombrecillo regordete asintió- Si Ayla no aparece, quiera Dios que no suceda, hágale una tumba, yo me encargaré de los gastos, pero hágale una tumba preciosa, digna de una princesa, asegúrese que tanto su tumba como la de Gavroche tengan flores fescas cada semana, y colóquela al lado de Enjolras y junto a su hermano. Donde debe estar.- dijo muy a su pesar.

El entierro de Enjolras se celebró al día siguiente, era una mañana fría y gris. El cielo se puso a llorar en el momento en que comenzaban a tirar las primeras paladas al hoyo. Fue un funeral muy triste, a él acudieron los familiares del compañeros de Enjolras, sus familiares y conocidos... la iglesia de Saint Raphael jamás había estado tan llena de gente. Incluso el frío barón Pontmercy se derrumbó a llanto tendido frente al hoyo donde estaban enterrando a su hijo. El único que no acudió al funeral de Enjolras fue el inspector Javert. El antiguo inspector hubiese asistido, le hubiese dado las condolencias a su familia y hubiese contemplado orgullosos el final de un trabajo bien hecho. Pero la muerte de Ayla era una carga muy grande para el anciano inspector. La vio por ultima vez desaparecer entre las aguas del Sena, y desde ese día el sol sonreía un poco menos, añoraba verla merodear por su casa, sus miradas, escucharla cantar canciones tristes mientras trabajaba... Ya no estaba, había desaparecido por su culpa. Todo ese cariño, ese amor que su hija biológica no le había proporcionado... Y él había acabado con ella, había roto una preciosa historia de amor por envidia, por una horrible obsesión que le reconcomía por dentro, que provocaba un deterioro de salud cada vez más grave en el frágil Javert.
La salud del inspector Javert (Russell Crowe)
empeora cada día más. La muerte de Ayla
no le deja ni comer ni dormir
Su estado había empeorado mucho en apenas una semana, desde que mató a Enjolras, apenas comía, no dormía, llevaba dos días sin levantarse de la cama, al cuarto día, lo visitó el doctor, y no le dio más de una semana de vida. Clínicamente estaba bien, pero había perdido las ganas de vivir, se negaba a seguir en un mundo donde cada rincón le recordaba las vidas que había arruinado. Isabella Cosette, su única hija y heredera acudió a visitar a su padre, llegó el mismo día que el medico dictaminó el terrible diagnóstico.
Isabella ni siquiera entró en la habitación, fue directamente a ver al abogado, que la esperaba en el salón de la lujosa casa, para leer el testamento. Enorme fue la sorpresa de la joven cuando se enteró que en el último momento había mandado redactar un nuevo testamento en la que dejaba todos sus bienes y posesiones a la iglesia de Saint Raphael, con el objetivo de que el Padre Digné y su equipo pudiesen seguir impartiendo clase a los niños sin recursos de Saint Michel, y para que pudiesen comprar comida y mantas para dar alimento y cobijo a las mozas de Los Muelles, que apenas probaban bocado y dormían a la intemperie la mayor parte del año.
La hija de Javert, que apenas había hablado con su padre desde hacía unos ocho años, entró indignada en la habitación para intentar persuadir al delirante inspector de que cambiase de nuevo el testamento en su favor. En la cámara su padre no estaba solo, un religioso lo acompañaba, le estaba dando la extremaunción, algo que sorprendió bastante a Isabella, puesto que su padre jamás había sido demasiado creyente.

-¡Padre!-gritó la joven interrumpiendo al sacerdote- ¿Por qué lo habéis hecho?

-Isabella, mi hija...-exclamó feliz- Que bien poder verte antes de abandonar este mundo.

-¿Por qué habéis cambiado el testamento? ¡No me toca nada! Ni joyas, ni arte, ni casas, ni nada de nada... Soy vuestra única hija, padre. ¡Me merezco un reconocimiento!

-Tenéis de todo hijita mía, pero ellos no, ellos no tienen nada. Pero eso no es importante, porque se querían, pero yo se lo arrebaté. Así les ayudaré y Dios me perdonará, y ella también. Si, ella me perdonará, de echo, creo que ya lo ha hecho.

Isabella Cosette se arrodilló al lado de su padre y le cogió la mano

-¿De que habláis Padre? ¿Quién os ha perdonado? ¿Por qué habéis cambiado el testamento?

-¡Está aquí! Ha venido a buscarme. ¡Me ha perdonado hija!- dijo delirante el hombre abandonando su cuerpo- Mírala, lleva un vestido blanco, tan puro como ella y el pelo rubio... Mira como le acaricia las mejillas. ¡Está preciosa! ¿Qué quieres Ayla? ¿Por qué me tiendes la mano? ¿Quieres que me vaya contigo?

Gavroche (Daniel Huttlestone) por fin se reúne con
Ayla y Enjolras
Javert alzó una mano al aire, como si se la tendiese a alguien, La joven no sabía que sucedía, su padre había perdido completamente la cabeza y de repente: Murió. Su alma había abandonado su cuerpo y sujetaba la mano de Ayla, que caminaba descalza, con un vestido blanco, sonriente y le guiaba hacia una luz cegadora. Cantaba, cantaba una alegre canción. Ella siempre cantaba canciones tristes porque siempre estaba triste, pero estaba feliz. Por fin estaba feliz. Atravesaron la luz, ¡estaban en Saint Michel! En la plaza del Café. Allí estaban todos los Amigos del ABC, aquellos que habían fallecido en la revuelta. Cantaban sobre una enorme barricada, contentos, juntos y felices. De repente alguien descendió de la barricada: ¡Era Gavroche! Corrió hacia ellos, Ayla lo recibió con los brazos abiertos, lo cogió en brazos y le hizo girar, ambos reían. Alguien le hizo una seña desde la barricada. Enjolras le tendía la mano, ella la tomó y escaló por la barricada hasta llegar a su lado. Cantaban, alegres, abrazados, juntos. Gavroche también subió y se unió a los cantos. Javert contemplaba la escena. Ayla le tendió la mano y le animó a subir con ellos. Enjolras le sonrió, él también le había perdonado. Javert se unió a los cantos, cogió a Gavroche en brazos y se lo subió en el hombro. Enjolras y Ayla se miraron enamorados. Lo habían logrado, podían estar juntos, eran felices. Javert había logrado el perdón, se había arrepentido de sus pecados y se había ganado el cielo. La felicidad había llegado para todos, tarde, y no en la vida que esperaban. Pero lo habían logrado. Estaban juntos y eran felices, porque tarde o temprano la felicidad nos acaba llegando a todos.

EL FINAL

Enjolras se paseaba por la habitación con el torso desnudo, andaba deprisa, inquieto, furioso, de vez en cuando se detenía a mirar a Ayla, sentada en un rincón, descalza, con el vestido hecho trizas y el hombro izquierdo al descubierto. Con un paño húmedo se curaba unos rasguños en el pecho, tiñendo el trapo gris a rojo escarlata. Enjolras se acuclilló para colocarse a su altura y la miró a los ojos. Sintió como un puñal se le clavaba en el corazón, su dulce miraba se había inundado bajo un mar de lágrimas y una profunda mancha morada bajo el ojo izquierdo. Enjolras tomó el trapo de la mano de Ayla y lo remojó en el agua y lo aplicó con delicadeza al rostro de la joven. Ella se movía inquieta, mostrando leves muecas de dolor. Él la miraba triste, apenado, la quería de veras... Pero se había dado cuenta demasiado tarde. Le apartó la trenza del hombro y descubrió el sangriento arañazo que alguien la había propiciado.

-Esto tiene que acabar Ayla...- dijo Enjolras muy a su pesar- No puedo verte así, ¡Te están destrozando por mi culpa! No quiero que sufras más por mi... Ya te ha tratado bastante mal esta vida como para que ahora no puedas andar por la calle sin que te tiren una piedra...

-Enjolras.- susurró ella intentando incorporarse para acariciarle la mejilla, a lo que ella se negó.

-No, déjalo Ayla. Mañana por la mañana, en cuanto te vayas a trabajar me entregaré a la policía...

-No puedes hacer eso, te ejecutarán... No puedo perderte a ti también, eres lo único que tengo. Te quiero...

Enjolras tomó su cálida mano entre las suyas y la besó.

-La decisión ya está tomada. Yo también te quiero Ayla, por ese motivo lo hago, para que estés a salvo.

Hicieron el amor por última vez, y permanecieron desnudos el uno junto al otro durante toda la noche. Ayla estaba tan exhausta por la paliza que le habían dado que se quedó dormida enseguida. Enjolras veló por ella durante toda la noche, igual que hizo Ayla la noche en la que lo rescató de la barricada. Le acarició el pelo mientras se ponía a pensar en cuan distinto hubiese sido su vida si se hubiese percatado antes de que estaba enamorado de Ayla... Se hubiese desentendido de Los Amigos y no hubiese construido la barricada, Gavroche estaría vivo y no estaría perseguido por la ley. Le podría haber dado una buena vida a Ayla, y no el miserable trabajo en el que estaba sumergida para no levantar sospechas sobre a quién ocultaba en su casa.
Ayla trabajaba como sirvienta en casa de Javert, el inspector de policía. Enjolras y él habían tenido sus pequeñas diferencias en el pasado, cuando el joven aristócrata era miembro de los Amigos del ABC, un pequeño grupo de estudiantes revolucionarios que cometían algún que otro escándalo en París. Con el incidente de la barricada, el grupo desapareció y solo quedó Enjolras, su preciado y buscado líder, que Ayla rescató y ocultó en su casa. Desde entonces, el Pontmercy se convirtió en el delincuente más buscado de la capital francesa. Ayla sanó sus heridas y lo mantuvo oculto y a salvo, pero siguió trabajando para Javert, quien se obsesionó por la hermosa joven. Ayla debía acostarse con el viejo inspector para conseguir "extras" en su trabajo, como comida o algún dinero de más. Al principio a ella no le importaba, había salido de los muelles, el lugar más oscuro de París, donde Javert la encontró y le ofreció el trabajo. Pero cuando empezó a surgir la llama entre Enjolras y ella, los extras dejaron de llegar, la muchacha se negaba a meterse en la cama con el inspector, ya solo tenía ojos para él, aunque tuvo que hacerlo en alguna que otra ocasión si querían comer el resto de la semana.
Si la tortura de tenerse que acostar con ese viejo babosos no era suficiente para Ayla, también tenía que lidiar con los familiares de los Amigos que habían perdido la vida durante el ataque a la barricada. Muchos de ellos sabían que el hermanito de la joven se relacionaba con el grupo, y la acusaban de conocer sus intenciones y no contarlas a la autoridad. La culpaban de la muerte de los jóvenes, y cuando alguien la reconocía por la calle siempre se llevaba algún que otro insulto, o como lo de aquella tarde, una terrible paliza.
La quería, la quería mucho, había sido su salvadora, su buen corazón lo había ayudado a ver el mundo de otra manera, de no ser tan mujeriego, dejar el alcohol, ver el lado bueno de la vida, le había enseñado a vivir en la miseria, y le gustaba,

Ambos se levantaron muy temprano, con la primera luz del día, ella observó como se vestía a contra luz, hacía muchos meses que no se ponía ni la camisa ni el chaleco ni el pañuelo, y Ayla tuvo que ayudarlo a vestirse correctamente.

-Creo que eres el preso más elegante que he visto jamás- dijo ella sonriendo mientras intentaba sostener las lágrimas.

-Ven aquí- dijo él no pudiéndose resistir al hecho de estrecharla entre sus brazos y besarla apasionadamente en los labios.- Te quiero Ayla, no lo olvides, lo hago porque te quiero.

-No tengo a nadie más Enjolras, eres lo único que me mantiene con vida. ¿Qué voy a hacer sin ti?

Él la besó en la frente cariñosamente y la abrazó con fuerza.

-Saldrás adelante Ayla, siempre lo haces.

Caminaron juntos, él cubriéndose la cabeza con una capa para evitar ser reconocido, por el camino distinguió las miradas de odio que le lanzaban a Ayla, que caminaba ocultando el rostro, con la mirada perdida en los adoquines del suelo. Finalmente llegó el momento de su separación.

-Voy a despedirme de mi padre y después me entregaré.- ella le rogó que no lo hiciera, que volviera a casa, que encontrarían otra solución- Ya te lo he explicado Ayla, la decisión está tomada.

-Es una muerte segura, no tendrán piedad.

-Soy consciente de ello.

Se abrazaron de nuevo y cada uno partió por un lado distinto, con los ojos empañados en lágrimas. Ella se detuvo y gritó su nombre, se volvió y corrió hacia él, le besó en los labios y le dijo que le quería, lo que provocó que la separación fuese aun más difícil.

Enjolras, con una espina de tristeza recorriéndole la espalda, llegó a la mansión Pontmercy. Entró sigilosamente por la parte de atrás, la del servicio, la que sabía que siempre permanecía abierta. En el salón, como era habitual, se encontraba su senil abuela. Se acercó a ella y empezó a hablarle, aunque la mujer parecía estar sumergida en su mundo sin escuchar las palabras de amor que le dedicaba su nieto. Miraba al infinito, a la nada, con la acuosa mirada azul perdida en el más allá.

-¿Te he dicho alguna vez que tienes unos ojos preciosos, abuela? Me recuerdas a Ayla, aunque últimamente todo me recuerda a ella. Ella tiene los ojos verdes, brillantes, irradian vida... Como los tuyos antaño...

La mujer sufrió un pequeño momento de lucidez y miró a Enjolras

-¿Qué haces todavía aquí, hijo? Llegarás tarde a la universidad...

Él sonrió, era la de siempre.

-Lo se abuela, he venido a despedirme. Como cada mañana.

Le dio un beso y se encaminó al barroco despacho de su padre. La puerta se encontraba entreabierta. Enjolras echó un vistazo, su padre estaba sentado en su silla, repasando unos papeles. Al parecer nadie apenas había notado su ausencia de los últimos meses. Llamó a la puerta y entró.

-¿Qué pasa ahora? He dicho expresamente que no me molesten... ¡Oh dios mío! Enjolras... - dijo boquiabierto al ver a su hijo entrar tímidamente por la puerta. El hombre se levantó bruscamente y corrió a abrazar al joven. A Enjolras le extraño esa reacción tan efusiva de su frío y excéntrico padre, al parecer alguien si que le había echado de menos- ¡Mi hijo! ¡Estás bien! Gracias a Dios que estás a salvo... Te daba por muerto.- le besó fuertemente en la cabeza mientras lo estrechaba entre sus brazos- ¿Dónde has estado? ¡He movido cielo y tierra para encontrarte!

-Padre,-dijo él muy a su pesar- vengo a despedirme...

Enjolras contó a su padre la historia con la barricada, la muerte de Gavroche, como Ayla lo había salvado... teniendo que elegir entre llevarse el cuerpo de su hermano y enterrarlo en cristiana sepultura o salvarle la vida. Enjolras consiguió conmover el corazón de su estricto padre, que casi se echa a llorar al escuchar como el pequeño Gavroche moría en brazos de su hijo.

-Hijo,- dijo finalmente a monsieur. Pontmercy- Si quieres entregarte porque es tu obligación moral, adelante. Yo ya no puedo influir en tus decisiones. Si quieres que cuide de la joven en tu lugar, lo haré, descuida. Pero por favor, no me pidas que vea a mi hijo dirigirse al patíbulo... -El hombre recorrió su despacho con las manos a la espalda, cogió una pequeña llavecita de oro que tenía oculta en una cajita de porcelana y abrió uno de los cajones de su mesa. Agarró un objeto pequeño y negro y se lo lanzó a Enjolras, que lo cogió al vuelo. Abrió la caja y se encontró con un precioso anillo de piedras azules- Los años más felices de mi vida fueron los que pasé junto a tu madre. Ella era pura vida, me alegraba cada penoso día con su bella sonrisa. Dios decidió que era tan hermosa que se la llevó muy pronto de mi lado, y me dejó solo, cuidando de ti. Ese anillo- señaló la caja- era de tu abuela, se lo regaló mi padre, y ella me lo entregó a mi para que se lo diera a la mujer que amaba. Ahora yo, te lo entrego a ti, dáselo a Ayla y huid, huid lejos. Yo estaré bien hijo, aquí, sabiéndote con vida y compartiendo tu vida con la mujer que amas...

A ambos se les llenaron los ojos de lágrimas... No se dijeron nada, sus miradas lo decían todo. Enjolras, había logrado comprender el por qué de la frialdad y la antipatía de su padre, y Monsieur Pontemercy por fin se enorgullecía de su hijo, porque había logrado comprender que la esencia de la vida y de la felicidad no se encontraba en los escándalos ni en las barricadas. Se dijeron adiós asintiendo con la cabeza y Enjolras salió corriendo.

Recorrió Paris lo más rápido que pudo, sin cubrirse con la capa, hasta que llegó a la verja de la casa de Javert, donde Ayla estaba a punto de entrar.

-¡Ayla, Ayla espera!

Ella se volvió hacia él.

-¡Enjolras! ¿Qué estás haciendo? ¿Te van a ver?- dijo ella comprobando que no hubiese nadie a su alrededor y cubriéndole la cabeza con la capucha.

-Tengo buenas noticias... ¡nos marchamos de aquí! Vamos a empezar una nueva vida lejos de París, lejos de Javert, lejos de Los Muelles, lejos de todo...

-Pero... ¿Qué estás diciendo Enjolras? ¿Cómo vamos a marcharnos? Si apenas tenemos dinero para subsistir...

-Esa es la mejor parte.- el joven se arrodilló frente a la joven y sacó el anillo- ¿Me harías el honor de convertirme en el hombre más feliz del mundo?-Ayla no entendía nada, y se quedó callada- Este anillo era de mi abuela, ella se lo dio a mi padre y él a mi, es muy valioso, y es nuestro pasaje para salir de aquí... ¿Qué me dices?

-¡Que si!- dijo ella mientras ambos se fundían en un abrazo. Y él le colocaba el anillo de su familia en el dedo.

-Está bien, escúchame Ayla, reúne toda la comida que puedas de casa de Javert, yo iré a Saint Michel a recoger nuestras cosas. Nos vemos en el puente de Marie al anochecer.

Los jóvenes enamorados se despidieron y cada uno tomó su camino para cumplir su misión, todo parecía perfecto. Pero no hay grandes historias de amor sin una tragedia de por medio, y esa tragedia se llama Éponine. La joven prostituta era la única que sabía de la estancia de Enjolras en casa de Ayla, y siempre se había sentido atraída por él, era guapo, persuasivo, inteligente... y se había acostado con todas las mujeres del barrio excepto con ella, que apenas la había mirado. Éponine no soportaba que Ayla se llevase al chico esta vez, siempre se los llevaba ella. Siempre ganaba. La muchacha dormitaba sobre una mesa de la taberna de Thénardier cuando vio subir las escaleras a Enjolras a toda a prisa. Subió tras él y le observó desde la puerta, parecía estar empaquetando cosas...

-¿Qué haces?-preguntó ella desde la puerta.

-¡Éponine!- se sorprendió él- Nada en especial, recoger la casa..

-Parece que estás preparando el equipaje- ella se acercó a él- ¿Es que te vas a algún sitio?

-Solo estoy guardando trastos para que el apartamento parezca más grande.

Ella se acercó mucho a él y se puso de puntillas para ponerse a la altura de los labios del joven.

-¿Y dónde está Ayla?

-Trabajando...- respondió él intentando alejarse de la joven...

-¿Así que estás solo?- las expertas manos de Éponine empezaron a juguetear con el pantalón de Enjolras, él le apartó las manos rápidamente.

-Éponine, basta.- dijo seriamente

-¿Pero por qué? ¡No lo entiendo! ¿Por qué Ayla? ¿Por qué ella? ¿qué tiene ella que no tenga yo? Vamos Enjolras, soy toda tuya.. Pruébame, estoy segura de que cambiarás de opinión en cuanto me dejes que haga mi trabajo- intentó de nuevo atacar su pantalón y él la rechazó bruscamente.

-Ya no soy el de antes Éponine, desde hace meses que solo tengo ojos para una persona... La que será mi futura esposa...

-¿Cómo?-dijo ella exaltada

-Ayla será mi esposa, comenzaremos una vida lejos de aquí, lejos de ti. No habrá más sucias putas ni en su vida, ni en la mía.- dijo él muy enfadado por la impertinencia de la muchacha.

Éponine se marchó enfadada de casa de Ayla, y fue entonces cuando planeó su venganza. Se dirigió a casa de Javert, Ayla había intentado ofrecerle un trabajo allí, pero ella prefería su cómoda vida de sexo y alcohol. No iba a permitir que su competidora le robase el chico, ¿por qué no se merecía tener una vida como la suya? Ella también había sufrido... ¿Cuando se lo iba a compensar la vida? Éponine logró que la llevaran ante Javert, alegando que se trataba de una amiga íntima de Ayla que venía recomendado por ella. La chiquilla contó al inspector que Ayla y Enjolras estaban pensando en fugarse. El hombre mantuvo la calma y la despidió seriamente, agradeciéndole la información y dándole algunos francos de recompensa. Luego llamó a Ayla, la joven estaba más radiante que nunca...

-Ayla, ¿podrías quedarte hoy después de la cena? Necesito a alguien que limpie la cocina...

-Ningún problema, monsieur Javert, me quedaré el tiempo que haga falta ¿alguna cosa más?

-No, eso es todo. Gracias.

Si Éponine estaba obsesionada con acostarse con Enjolras, lo que Javert sentía por Ayla era propio de una enfermedad mental. Soñaba con esa mujer desde que la vio aquel día en la taberna de Thénardier, Javert tenía fama de viejo verde, pero la obsesión por esa chica era distinta a lo que había sentido por cualquier otra. Ayla iba a ser solo para él, la recuperaría al precio que fuese, no iba a permitir que su archienemigo, ese niño pijo y revolucionario con chaqueta carmesí, alejase de él a su preciosa Ayla...

Siguió a Ayla después de trabajar, iba cargada con una bolsa llena de comida. Se metió en callejuelas estrechas y oscuras y empezó a andar en círculos. No era tonta, sabía que la estaban siguiendo. Finalmente terminó en la iglesia de Saint Raphael, arrodillada frente a la placa que el Padre Digné había cedido para homenajear a Gavroche. Ayla lloró durante largo rato frente a su tumba, era la segunda vez que abandonaba los restos mortales de su hermanito...

-Lo siento mucho Gavroche, no quiere dejarte aquí, solo, de nuevo. Pero es mi oportunidad de tener una vida mejor... Un trabajo digno, que no me obligue a acostarme con mi jefe si quiero comer al día siguiente, y junto al hombre que amo... Antes creía que él te mató Gavroche, pero contigo murió una parte de él, una parte oscura. Moriste para salvar a este hombre, moriste como un héroe Gavroche, tal y como querías.- Ayla se percató de que casi había anochecido, había llegado la hora- Se que si estuvieras aquí también querrías esto... Ahora estás bien, con mamá, por favor, cuida de nosotros desde el Cielo ¿vale, hermanito? Siempre serás mi gran héroes Gavroche, siempre.- besó la cruz de madera donde estaba rayado el nombre del pequeño y se marchó entre lágrimas.

En el puente no había nadie, ella esperó, las rápidas aguas del Sena corrían bajo sus pies y las estrellas brillaban sobre su cabeza. Finalmente apareció, corriendo hacia ella. Feliz, con una bolsa colgada por los hombros. Se detuvo frente a ella y le agarró las manos.

-¿Estás lista para una nueva vida?- Ella asintió.

De repente un estruendo rompió el silencio de la noche parisina, palabras atragantadas y una mancha negra en el vientre de la camisa blanca. Enjolras se desplomó sobre Ayla, y ella intentó sujetarlo para mantenerlo despierto.

-¡Enjolras! ¡No, por favor no te mueras! Mírame Enjolras, mantén los ojos abiertos, mírame- dijo mientras intentaba taponarle la herida cubriéndose de sangre.

A dos metros de ellos se acercaba Javert, con la pistola humeante y aún apuntando hacia ellos.

-¿Por qué lo has hecho? ¡Lo has matado! Era lo único que tenía, el único hombre al que amado y al que amaré...

-Vayámonos Ayla, debemos irnos a casa- dijo el inspector tranquilamente, como si no se hubiese manchado las manos de sangre con el frívolo crimen que acababa de cometer. Acercó la mano hacia ella para ayudarla a levantar.

-No te acerques a mi, no quiero volver a verte en mi vida. ¡Aléjate de mi, monstruo!

-Me temo que no tienes opción Ayla, o te vienes conmigo o te denuncio por ocultar a la autoridad a una persona perseguida por la ley.

Javert intentó agarrarla, pero ella apartó el cuerpo de encima suyo y lo empujó contra el inspector, escapando de él...

-No hagas más el tonto Ayla, no tiene que morir más gente por tu culpa... Venga, vayámonos.

-Te he dicho que no me toques- dijo ella al ver que intentaba volver a agarrarla.

Ayla se subió al borde del puente para huir de las manazas del inspector.

-¿Aún no lo has entendido? No tienes opción... O eres mía, o no eres de nadie...

Ayla miró el cuerpo sin vida de Enjolras, de la bolsa que llevaba colgada había resbalado un paño azul... La chaqueta de Gavroche, su querida chaqueta... Ayla miró el anillo de su dedo. Lo besó y dijo:

-Si es así, prefiero no ser de nadie...

Y dejó caer su cuerpo a las turbulentas aguas del Sena.

PARÍS DESTRUIDA


En honor a las víctimas de París, sigue la historia de Ayla y Enjolras justo después de la masacre de julio de 1832.

"Los oficiales de Javert han colocado los cuerpos de los estudiantes en línea. La entrada a la plaza de Saint Michel se ha llenado de carruajes, carruajes demasiado lujos para andar por aquella parte de la ciudad. Los familiares de los estudiantes se avalanchan sobre la plaza en busca de sus seres queridos, con la esperanza de que haya sobrevivido alguien. Lamentos, gritos, mujeres que se empapan en sangre abrazando los cuerpos de sus pequeños.
La plaza de Saint Michel está totalmente destruida, no queda nada de la barricada de la libertad, se ha manchado con la sangre de aquellos que luchaban por sus sueños. Las balas han acabado con ella, con las esperanzas de un pueblo.

Javert observa la escena pasivamente, sus impecables botas descansan suavemente sobre un charco de sangre. Han muerto muchos chicos, y no solo estudiantes, campesinos, artesanos, pobres ciudadanos movidos por la promesa de una vida mejor...

-¿Cuantos?-le pregunta a un oficial

-¡Señor! Hay otro cuerpo....-grita un hombre desde la otra punta de la plaza antes de que el oficial pueda responder.

Javert se acerca donde le indica su subordinado. Entre unos barriles hay un bulto, un pequeño bulto envuelto en una manta. Es un cuerpo, un cuerpo demasiado pequeño para ser un estudiante, es un niño, descamisado, con un balazo en el abdomen.

-¿Alguien ha reclamado el cuerpo?

-No señor. ¿Qué hacemos con él?

-A la hoguera, como el resto de los cuerpos que no han sido reclamados.

-¿Ha venido la familia de Pontmercy?

-Si señor, el barón Pontmercy y su madre están aquí.

-¿Ya han visto el cuerpo?

-El cuerpo de Enjolras Pontmercy no ha sido encontrado.

-¿Cómo?-dice Javert agobiado-¿Habéis buscado bien?

-Si, señor. Enjolras no está...

-¿Si no está aquí? ¿Dónde diablos está?

Está recuperándose, en un pequeño apartamento no muy lejos de la plaza de la matanza. Acariciado tiernamente por una joven que ha depositado en él todas sus esperanzas. Esperanzas que ha depositado el pueblo francés, esperanzas que jamás se perderán, porqué Enjolras sigue vivo y mientras haya vida hay esperanza."


LA BARRICADA II


El otro día, ojeando las visitas me di cuenta de que La Barricada es una de las entradas más leídas, quizá por qué fue la primera vez que compartí las historias de Ayla, o por el morbo de la situación con la muerte del niño en brazos de su hermana.
Pues bien, he decidido seguir este artículo allí donde lo dejé en La Barricada, recordamos, Ayla va en busca de Gavroche que se ha unido a la revuelta de los Amigos y una bala perdida le alcanza mientras construyen la barricada. El pequeño muere al amanecer en los brazos de su hermana, rodeados por el abrazo protector de Enjolras.

"Los cascos se detienen al otro lado de la barricada, una voz rompe el silencio de la madrugada parisina:

-¡Os habla el ejército, ahora escuchad! Se os acusa de traición a la corona y a todo el pueblo francés. Rendiros ahora y tendréis un juicio justo. Tenemos orden de disparas si os resistís. ¡Rendiros, no seáis idiotas!

Los Amigos se miran entre si, esperan una señal de su líder. Enjolras mira a Ayla, acurrucada en sus brazos y se levanta despacio. Esperan una orden, pero nada, Enjolras solo mira la barricada. Un cañonazo revienta la barrera, Grantaire toma la iniciativa.

-¡A las armas! ¡Viva Francia!

-¡Viva!-gritan los estudiantes cogiendo sus miserables fusiles y enfrentándose a los cañonazos de la policía.

Es una masacre, los disparos y los cañones resuenan por París. Los escombros vuelan por la Plaza de Saint Michel y las explosiones ahogan los gritos de dolor cuando una bala impacta contra un cuerpo. Los estudiantes van perdiendo, pero no se rinden, luchan hasta el final y la policía no tiene piedad. Enjolras se mantiene al margen. Ayla y Enjolras se mantienen al margen, ella se ha ocultado detrás de una columna, con el cuerpo tibio de Gavroche en brazos. Enjolras la mira, quiere decirle algo, pero no le salen las palabras... De repente avanza, avanza hacia la barricada, hacia la muerte. A Ayla tampoco le salen las palabras. Enjolras camina, sin rumbo, con la mirada perdida. Se mezcla entre el polvo de la batalla y Ayla lo pierde de vista.
El muchacho sigue avanzando, totalmente desarmado, hacia la barricada, hacia su sueño que se va deshaciendo en escombros. Los restos de la barricada le cortan la piel desnuda, y una bala le roza el brazo derecho, un dolor punzante le recorre el cuerpo, Enjolras se detiene por un momento y se sujeta el brazo. Aprieta los dientes y sigue avanzando, penosamente, hacia su meta. Los escombros le golpean, le arañan y el dolor del brazo es cada vez más insoportable. De repente una bala le alcanza el abdomen y cae.

Ayla está decidida a escapar por el túnel con el cuerpo de Gavroche. Deja al niño en el suelo, envuelto en su manta y aparta los barriles que tapan la entrada. Vuelve a echar un vistazo hacia la batalla, ve como un grupo de chicos entra dentro del Café ABC perseguidos por la policía. Hay chicos muertos y moribundos por todos lados, es el Fin de los Amigos. Ayla ve caer a un muchacho cerca de la barricada, un muchacho con una conocida chaqueta roja...

-Enjolras... susurra.

Deja el cuerpo del niño junto a los barriles y corre hacia Enjolras, la policía está rodeando el Café y apenas prestan atención a la joven que corre descalza hacia la barricada. Ayla se arrodilla frente a Enjolras, le sujeta la cara y le zarandea para que despierte. Ve la camisa empapada de sangre y va la herida de bala, en el mismo sitio que la herida de Gavroche.

-No, por favor, tu no. No me podéis abandonar los dos... -le suplica- Enjolras por favor, despierta.

Una tos seca y los ojos se le iluminan. Respira. Enjolras respira, esta muy débil y está perdiendo mucha sangre. Pero respira. Ayla le rompe una manga de la camisa y la usa para intentar parar la hemorragia. Luego lo levanta con todas sus fuerzas y medio arrastrándolo lo lleva hacia el túnel. Deja a Enjolras en el suelo y acaba de apartar los barriles, de repente ve el cuerpo de Gavroche envuelto en la manta y se da cuenta de que no puede llevarlos a los dos. Enjolras es más alto que ella y ya le cuesta arrastrarlo. Tiene que decidir. Recoger el cuerpo de Gavroche y poder enterrarlo en cristiana sepultura junto a su madre o arrastrar al malherido Enjolras y darle una oportunidad.
Es la decisión más difícil de su vida. Ayla llora, llora porqué sabe que es lo que va a hacer y no le gusta nada. Se acerca al cuerpecito de Gavroche y lo desenvuelve de la manta, le quita su preciada chaqueta de estudiante, la suejta frente a su rostro y llora desconsolada. Después vuelve a envolver a Gavroche, le acaricia la cara y le besa la frente. Después corre hacia Enjolras y lo arrastra por el túnel."


LOS MUELLES


Ayla espera en su lugar en los muelles, bajo su barco, como cada noche después de que la despidieran de la fábrica. Pero hoy es diferente, no puede sacar de su mente al joven Enjolras Pontmercy, que cantó para ella y al que casi besa...
Se siente avergonzada, engañada, ¿se merece un muchacho de alta cuna ser besado por una prostituta? Cada día se parece más a la escoria con la que trata, cada día se parece más a Éponine, utilizando a los hombres en su propio beneficio, o a Thénardier haciendo  lo que haga falta por un puñado de francos... ¿Es así como es Ayla? ¿Son esos los valores cristianos que le inculcó su madre?

La vieja que siempre hace una oferta por el pelo de Ayla esta noche no ha aparecido, la chica se pregunta dónde está, cualquier cosa le puede haber pasado, cada noche ocurre algo en Los Muelles. Pero él si que está, oculto bajo su tricornio y su uniforme militar, se acerca decidido hacia ella. Ayla mira a su alrededor asustada, buscando una ruta de escape. "Hoy no" le dice su corazón, que palpita con fuerza por Enjolras.

El joven militar, que sigue escondiendo su rostro, la toma por los hombros, Ayla intenta deshacerse de él pero él la fuerza, la tumba al suelo. Ayla patalea con fuerza, pero el hombre es más fuerte y la abofetea en la cara. La sujeta con fuerza mientras intenta levantarle la falda y se bajarse los pantalones. De repente, el hombre se queda quieto, unas joviales risas rompen el silencio tenebroso de ese lugar. Ayla reconoce algunas de esas voces: Son los Amigos...
El grupo de estudiantes pasa cerca de ellos, riendo a carcajada limpia, borrachos, algunos van acompañados de mujeres escotadas que ríen y beben con ellos. Ayla ve a Enjolras, no se aguanta de pié y no para de reír, Grantaire le está sujetando, aunque también va igual de borracho. Ha perdido toda la compostura de la noche anterior, la camisa por fuera y desabrochada, despeinado y sujetando firmemente una botella en la mano...

-¡Enjolras!-grita ella desesperada en un vano intento de que la salve.

El joven militar le tapa la boca y ella intenta resistirse. Enjolras la ha oído y se la queda mirando perplejo, sin hacer nada. Grantaire, que está algo más cuerdo, empuja a Enjolras lejos de Ayla.

-Muévete, o te meterás en un lío.-unos cascos resuenan a lo lejos- Es la policía, venga Enjolras, vayámonos.

-Pero, pero ¿y Ayla?-tartamudea el otro

-Estará bien, la policía viene en camino...- Grantaire empuja a Enjolras y lo aleja de Ayla.

La joven ve como el grupo se aleja rápidamente y se pone a llorar. El adorado joven por el que se moría hacía apenas un día se alejaba de ella cuando lo necesitaba. Ayla llora y grita su nombre mientras el militar, ajeno a todo, sigue con su tarea. De repente llega la policía, tres hombres montados a caballo con impecables uniformes, dirigidos por el inspector Javert, desmontan deprisa y apartan al joven de la chica. Ayla se hace un ovillo y oculta su rostro, sabe cual es el castigo por la prostitución, le van a dar una paliza. La sorpresa se la lleva ella cuando el resonar de la fusta no choca contra ella. Dos de los policías castigan al joven militar mientras el otro, más mayor y por el uniforme, con más rango les observa. Javert se percata de que la chica lo está mirando. Se agacha a su lado, delicadamente y le seca las lágrimas con un pañuelo. Tanta ternura provoca que Ayla llore todavía más.

-No se preocupe madmoiselle, este hombre no volverá a lastimarla.- tiene un tono de voz áspero y unos pequeños y curiosos ojos azules- ¿Se encuentra bien? -Ayla asiente con la cabeza.

Javert le tiende la mano y la ayuda a levantarse. Ayla se expulsa el polvo del vestido e intenta recomponer su compostura.

-Madmoiselle, ¿le puedo preguntar su nombre?

-Me llamo Ayla.-dice ella temerosa.

Javert se quita la chaqueta y se la pasa sobre los hombros.

-Es un nombre precioso, señorita Ayla ¿Le interesaría trabajar como doncella para un inspector de policía?

A Ayla se le iluminan los ojos, no puede desconfiar de ese hombre, la ha salvado y le ofrece un trabajo. La joven abraza al hombre, emocionada. Por fín, una vida digna, para ella y para Gavroche. Se acabó eso de andar por las calles, por fín podrá ser una mujer digna para... Para Enjolras no, no para él. Ahora es Enjolras el que no es digno para Ayla.


SOMOS DE MUNDOS DIFERENTES

Ayla caminaba penosamente hacia casa. La oscuridad se cernía sobre ella. Con cada paso, sus pies descalzos sentían clavarse mil agujas congeladas. El viento le cortaba la cara y el busto, apenas cubierto con un fino manto. Avanzó silenciosa y desapercibida por la taberna de Thenardier. Se sentía sucia y asqueada consigo misma, con el único deseo de tirarse al Sena y limpiar para siempre esa repugnante suciedad que se le pegaba al cuerpo y al alma.
Cuando entró por la puerta del pequeño apartamento, Gavroche estaba mirando por la ventana, cuando el chico la vio empezó a agitarse nervioso por la habitación, mirando sucesivamente a Ayla, a la ventana y al suelo.

-¿Qué te pasa pequeño?-preguntó la joven

-Yo, yo... -tartamudeaba el chiquillo- Yo tengo una sorpresa para ti. Ven a ver, corre.-Gavroche la tomó de la mano  la arrastró hasta su cama- Asómate, ya verás...

Ayla se asomó por la ventana y observó el paisaje. Una niebla espesa cubría los tejados de París, pero justo delante de su edificio sobre los malgastados adoquines, como una figura heroica con chaqueta roja, se encontraba el joven y apuesto Enjolras Pontmercy.
Ayla miró a Gavroche, perpleja.

-¿A qué esperas?-dijo el niño- Abre la ventana, tiene algo que decirte.

Ayla abrió la ventana, despacio, asustada. Un golpe de aire frío le golpeó el rostro, pero ella ni se percató. Apoyó los brazos en el borde de la ventana y sin decir nada escuchó el mensaje de Enjolras.
El joven se puso a cantar una dulce melodía sobre un joven humilde que intentaba seducir a una dama rica. Ayla conocía esa canción, se la cantaba su madre de niña, y ella se la cantaba a Gavroche cuando tuvo que hacerse cargo de él. La chica acompañó a Enjolras en su canto, creando ambos un perfecto dueto. La magia de sus voces se entrelazaba, se unía, se separaba... Ayla se dejó seducir por el encanto de esa canción, pero cuando Enjolras sostuvo una nota muy aguda, Ayla despertó de su sueño. Se apartó de la ventana y se arrodilló en el suelo, llevándose las manos a la cabeza,

-¡Dios mio! ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo se me ha podido pasar por la cabeza?

Gavroche se asustó al ver a su hermana tirada en el suelo.

-Ayla... -susurró- ¿Qué te ocurre? ¿Es que no te ha parecido bonito?

Ayla alzó la vista, tenía los ojos llenos de lágrimas. Gavroche se sintó culpable, no sabía que ayudar a Enjolras, a su héroe, a conquistar a su hermana fuese una cosa tan mala.
La joven tomó al chico por los hombros

-Gavroche, se que no lo has hecho con mala intención. ¡Pero es imposible! Somos de mundos diferentes, ¿es que no lo ves? Si algún día se cumplen sus estúpidos sueños de República, ¿crees que nos beneficiaremos en algo? Todo seguirá igual, seguiremos pasando hambre y frío.

Gavroche se deshizo del abrazo de su hermana, ahora ambos tenían los ojos llenos de lágrimas.

-¡No es verdad! Enjolras es una buena persona y se preocupa por todo el pueblo. Si te detuvieras a escucharle alguna vez...

-¡Gavroche! Enjolras solo es un borracho y un mujeriego. Te prohíbo que te vuelvas a acercarte a él o a sus amigos.

-¡No eres nadie para prohibirme eso!-gritó el muchacho- ¡No eres mi madre!

Gavroche corrió escaleras a bajo, Ayla le llamó y se pensó que volvería en seguida, pero al ver que el chico seguía bajando escaleras corrió tras él. Salió a la calle, descalza y con los hombros al descubierto, llamando a gritos a su hermanito. Ayla corrió hacia la plaza de Saint Michel y lo encontró delante del Café ABC, rodeado por los Amigos, y con el rostro empapado en lágrimas.
Ayla mantuvo las distancias, pero el grupo de jóvenes la miraba fijamente con desprecio. La chica se rodeaba el cuerpo con los brazos, para intentar combatir el frío. Tendió la mano hacia Gavroche.

-Gavroche, -dijo con la voz tenue- venga, vayámonos a casa. Hace frío.

-No.-negó el niño firmemente.

-Vamos Gavroche- le suplicó- Escucha, siento lo que te he dicho, no era mi intención hacerte daño. Por favor perdóname, solo quiero lo mejor para ti...

- Y yo también, es más, quiero lo mejor para todo el pueblo- Ayla se dio la vuelta. Enjolras estaba detrás de ella, con su esbelta estatura y su presencia firme y autoritaria- Por eso lucho, para que gente buena como tu y Gavroche no tenga que pasarlo mal enfrente de tiranos aristócratas.

-¿Lo ves? Protestó Gavroche, tiene buenas ideas. Si te pararas a escucharlo...

Ayla miró al niño y a sus brillantes ojos azules de suplica, era incapaz de negarle algo.

-Lo siento, Enjolras-dijo Ayla sin mirar al joven a la cara- siento haberte ofendido. Seguro que tienes ideas muy buenas para salvar al pueblo.

Enjolas asintió: "Disculpas aceptadas".

La joven volvió a mirar a su hermano.

-¿Me perdonas tú ahora?

-No,-se negó Gavroche cruzando los brazos.

-¿Cómo que no? Si ya le he pedido perdón, ¿qué más quieres que haga?

-Te perdonaré con una condición. Tienes que salir con Enjolras esta noche.

Ayla miró a Enjolras, ruborizada

-¿Pero qué estás diciendo?

-A mi me parece bien- afirmó Enjolras

-Venga, id y divertíos. No te preocupes por el niño, nosotros nos encargamos- dijo Grantaire, un simpático estudiante de medicina- Cuando regreséis te estará esperando aquí.

Enjolras se quitó la chaqueta roja y la pasó por los hombros de Ayla, la rodeó con el brazo y se la llevó. La joven no paraba de mirar a todos lados, nerviosa, miraba a Gavroche mientras se alejaban, preocupada. Pero fue una de las mejores noches de su vida. Rieron juntos, se abrazaron y se tomaron de la mano. Ayla estaba tan ocupada trabajando que jamás había tenido tiempo para divertirse, por primera vez ella era el centro de atención, alguien se estaba preocupando por ella, y le gustaba.
Los dos jóvenes llegaron a uno de los puentes que cruza el Sena, el Pont Saint-Michel. Ambos se quedaron mirando como corría el agua bajo sus píes. Ayla se percató que Enjolras la estaba mirando fijamente, sonriendo orgulloso. Ella sonrío e intentó ocultar su rubor apartando la vista.

-Eres tan especial, Ayla. -susurró él.

-Seguro que eso se lo dices a todas. Es cierto eso de que tienes fama de galán.

- Puede que sí, pero tu eres diferente...

-¿Por qué?

El le agarró el rostro y la obligó a mirarle a los ojos

-Porqué siento que a ti-tragó saliva-debo pedirte permiso antes, antes de besarte...

Ahora si que era imposible ocultar su rubor. Cerraron los ojos y sus rostros se acercaban cada vez más. Jamás había tenido tantas ganas de besar a alguien. Pero, como siempre, la conciencia de la joven se despertó y se apartó de él bruscamente.

-No puedo- ella era incapaz de mirarle a los ojos, se sentía avergonzada.

-¿Por qué no?-dijo él sorprendido.

-Porque somos de mundos diferentes


EL CORAZÓN DE AYLA


Ayla tiene el corazón roto, el recuerdo de su hermano sigue demasiado presente en ella. Era su todo, vivía para él, y sin Gavroche Ayla está rota. Su mente le dice que ya es hora de superarlo, el tiempo ha cerrado las heridas, pero las cicatrices permanecen, el simple roce ya le hace recordar la suave risa de Gavroche, sus tiernas manitas, sus preciosos ojos azules, su cuerpecito cálido al que se abrazaba por las noches...

Pero el cuerpo de Gavroche se enfría, y se vuelve rígido y pálido, se le escapa la vida con cada ínfimo aliento que espira... "Mi niño, mi Gavroche, ¿por qué has tenido que dejarme sola?" El corazón de Ayla llora, se derrumba, su profunda fe consigue recomponer los cimientos, "Está en un lugar mejor Ayla" le dice la conciencia católica que su madre implantó en ella a muy temprana edad. Pero no es la única que quiere recomponer el corazón de Ayla, los sentimientos hacia Enjolras también están allí, discretamente, en silencio, recogiendo pedacitos de corazón roto y volviendo a unirlos en un costoso intento de sacarle una sonrisa.

Pero el amor de Enjolras no es suficiente para recomponer el corazón de Ayla. Sin duda que su apoyo había sido imprescindible para superar esos primeros momentos. Su rostro empapado en lágrimas, sobre su hombro, con el cuerpo de Gavroche aun caliente, y su tierno abrazo. Pero Ayla es reacia a que la toque, ¿cómo puede confiar en el hombre que "mató" a su hermano? Por la noche, él abandona su camastro para tumbarse junto a ella, en el frío suelo. Su calor le ayuda a superar las heladas noches, pero al mismo tiempo le recuerda los abrazos de su hermano, y llora, llora en silencio, avergonzada, por querer hacer el amor con el hombre que asesinó a su hermano.

Ayla no es la única con sentimientos encontrados, el mismo Enjolras se debate entre esa mujer o la revolución. Desde que Ayla le contó que el pueblo planeaba otra rebelión, inspirada por su figura, Enjolras no podía pensar en otra cosa que abandonar su escondite y liderar a las gentes. ¿Pero y si salía mal? ¿Y si moría tanta gente como en la primera vez? ¿Y que pasaría con Ayla? No quería dejarla sola... A la mujer que le salvó la vida, de la que se enamoró des del primer minuto, su Ayla, su dulce Ayla... Pero el pueblo lo necesitaba, su hazaña les había inspirado, quizá era mejor así, si no había rebelión no había más muertes... ¡Pero el pueblo pasa hambre! ¡Y Ayla también! Esa maldita y valiente chica atravesó París para buscar a su hermanito, y arrastró ella sola a un hombre adulto por los túneles subterráneos... y le salvó la vida. No podía dejarla sola, ella le necesitaba, y él a ella también, más de lo que se pensaba... ¿Pero que pasa con el pueblo? ¿Que podía hacer? Su corazón no podía estar más en guerra...

Enjolras con el corazón dividido, y Ayla con el corazón roto, pero... ¿y Javert? ¿Qué pasa con el inspector Javert? El también está enamorado, no, más bien obsesionado con la joven doncella... Y esa chiquilla de la taberna de Thénardier le ha dicho que esconde un rehén en su cama, y no un simple rehén, al mismo Enjolras Pontmercy, su archienemigo, su figura alienta a las gentes a rebelarse contra la monarquía y le humilla a él, a Javert, ante las cortes. ¡Ese muchacho debe morir! Pero si el muere... ¿que será de Ayla? No querrá casarse con el hombre que asesinó al chico al que amaba. Pero sabía donde estaba, su honor por la ley le obligaba ir a entregarlo, la autoridad del Barón Pontmercy estaba por encima de la suya, pero la ley es la ley y no hay excepciones. Ese chico ha intentado acabar con el rey, eso es una traición a la patria, y merece ser juzgado y condenado como tal... Y Ayla, ¿que será de Ayla? No querrá seguir trabajando para él, le odiará, y si Ayla le odia, y si Ayla muere... Javert también morirá.


LA NOCHE EN EL ABC


Cuando las luces de la calle empezaban a brillar el Café ABC quedaba vacío, solitario, silencioso, desaparecía el nido de la Revolución, aquel rincón lleno de esperanzas y sueños y volvía a ser un simple café. Los estudiantes regresaron a sus atareadas vidas aristócratas y el pequeño Gavroche se había retirado a su pequeño apartamento. Pero esa noche, una pequeña lucecilla resplandecía en el segundo piso del ABC, Enjolras Pontmercy, el líder de los Amigos seguía ahí.
Grantaire se percató de que su amigo no había salido con ellos y volvió a buscarlo. Lo encontró sentado en una silla, con una velita encendida y un papel en blanco sobre la mesa.

-Enjolras, -le llamó- ¿Qué haces todavía aquí? Pensé que habías venido con nosotros, vamos a los Muelles, ¿no te apetece un ratito de buen vino y mujeres bonitas?- dijo el muchacho con una botella en la mano y sonriendo con picardía.

-Me temo que hoy no mi querido amigo, id vosotros y disfrutad, ya nos veremos mañana.

Grantaire corrió hacia él y le toco la frente, como si comprobase de que no tenía fiebre.

-Enjolras Pontmercy rechazando una noche de putas y alcohol... ¿Quién eres tu y que has hecho con mi amigo? -bromeó.

Enjolras le rió la broma.

-No es eso, es que he conocido a alguien... - Grantaire le miró extrañado, como si no entendiera lo que le decía- Una chica, pero no una de esas chicas de los Muelles, una de verdad...

-Entiendo,¿una estirada aristócrata que resulta ser una fiera tigresa en el lecho? Esas son las mejores...

-No me he acostado con ella. Apenas la conozco desde hace unas semanas. Pero es una mujer tan fuerte, tan segura de si mismo, tan... no se como describirla. Tan increíble.

-Vamos, que es fea... -rió Grantaire, que se había sentado a su lado.

-Es la mujer más hermosa que jamás hayas visto.

-¿ Y si es tan especial como dices, por qué no has ido ya a por ella? ¿Tiene pareja? ¿Su padre no le deja verte?Esoes algo que jamás te importado Enjolras...

Enjolras le miró sonrojado.

-Ella me odia.

Grantaire se mordió el labio.

-Ya lo entiendo todo. Tu no estás enamorado mi querido amigo, ya me habías asustado. A ti lo que te pasa es que esa chica te ha rechazado, y por eso la deseas aun más. Seguro que no es para tanto, una mujer del montón. Venga, un rato en los Muelles con una botella y una mujer te curarán todos tus mal de amores.

Enjolras sonrió y siguió a su amigo a los Muelles. Quizá Grantaire tenía razón y Ayla no era más que un capricho, una chica de las que calientan tu lecho una vez y después no son más que helados trozos de carne..., ¿de verdad era eso Ayla para Enjolras Pontmercy?


EL DÍA DESPUÉS


Una triste música resuena en su cabeza, es la canción que tararean las mujeres cuando van a lavar al Sena. Su visión es borrosa, apenas distingue las figuras que le rodean. Enjolras empieza a balbucear y a ponerse nervioso, un agudo dolor le perfora el costado y grita. Una mano cálida le acaricia el rostro y le limpia el sudor de la frente con un paño húmedo.

-Shhh, cálmate, ya pasó todo- le dice una suave voz.

Enjolras no tarda en reconocer que se trata de Ayla,

-¿Ayla? ¿Eres tu? -Enjolras palpa a ciegas el aire en busca de la joven. Ella sujeta sus manos entre las suyas. -¿Qué ha pasado? ¿Y la barricada?

El joven se frota los ojos y empieza a ver con claridad, está tumbado en un camastro de madera, semidesnudo, Ayla está sentada a su lado, vestida con una camisa blanca y una falda, y un manto sobre sus hombros desnudos, su larga melena ha desaparecido, ahora los simpáticos y lacios mechones rubios le acarician la nuca.

-¿Dónde estoy? ¿Qué le ha pasado a tu pelo?

-¿No recuerdas nada?- le pregunta Ayla

Enjolras le queda pensativo, "Lo ultimo que recuerdo es ver a Gavroche morir en tus brazos". Una sombra de tristeza atraviesa el rostro de la joven,

-La policía atacó -empieza a relatar ella, sin mirarle a la cara- te apartaste de mi lado, intenté retenerte pero no lo logré. Avanzabas hacía la barricada, a tu alrededor todo era sangre, te hirieron en el hombro, pero seguiste andando. No se que es lo que se te pasaría por la cabeza Enjolras, pero no sabía como detenerte. Otra bala te alcanzó en el estómago y te caíste al suelo. Gritabas de dolor y te desmayaste. La barricada estaba destruida y la mayoría de tus amigos muertos, los demás corrían a refugiarse en el Café. Aproveché el momento de confusión y fui hacia ti. Estabas mal Enjolras, muy mal, pero estabas vivo. Te arrastré por los túneles que atraviesan París, hasta aquí. Mi pequeño apartamento, no sabía si ibas a sobrevivir pero al menos tenía que intentarlo. Le prometí a Gavroche que si le pasaba algo cuidaría de ti, y yo nunca falto a mi palabra.

Las ultimas frases Ayla las había pronunciado entre lágrimas, con las manos de Enjolras entre las suyas. El joven se conmovió, y la abrazó. Él sentía algo por ella, lo sabía desde que la conoció, pero desconocía esos sentimientos tan profundos de la solitaria Ayla.
Enjolras la miró a los ojos, sujetándole la cabeza.

-¿Dejaste el cuerpo de tu hermanito en la barricada, por mi?-Ayla se enjuagó las lágrimas mientras asentía- ¿Pero como pudiste? Era Gavroche...

-No era Gavroche-exclamó ella- Solo era su cuerpecito, él estaba muerto, tu no. No podía cargar con los dos, tenía que elegir a uno. Y escogí al que tenía mas posibilidades de vivir...

Llorar le dolía, en su orgullo y por sus heridas. Pero no podía aguantarlo. El gesto de Ayla le había conmovido. Ella se levantó y le mostró a Enjolras la preciada chaqueta azul de Gavroche. 

-No lo dejé todo.-dijo ella mostrándosela.

Enjolras acarició la prenda de ropa. Estaba vivo, era el único que estaba vivo. Todos sus amigos habían perecido, pero él no. Él tenía otro propósito en la vida. Tenía que darle a esa chica la vida que de verdad se merecía.


LA BARRICADA


Esto es un fragmento de una novela que estoy escribiendo y que me gustaría publicar algún día. Se trata de una novel histórica basada en la rebelión parisina de 1832.

Mi inspiración para esta historia, ha sido como no mi obra preferida: "Los Miserables" de Victor Hugo.

En mi versión: Ayla es una joven francesa que trabaja en una fábrica textil, por un malentendido la despiden y se prostituye para alimentar a su hermano pequeño; Gavroche. El pequeño se junta con un grupo de estudiantes que planean derrotar a la monarquía y sueña con que su familia salga de la pobreza.
El líder de los estudiantes es un joven aristócrata de nombre Enjolras, un líder nato con debilidad por el alcohol y las mujeres, especialmente por Ayla. Se tiene un odio a muerte con el capitán de la policía: Javert, el hombre que saca de las calles a la muchacha.

Este fragmento corresponde a una de las escenas más tristes de mi historia. Los estudiantes tienen un encuentro con la policía y acaban encerrados en una barricada. Una bala perdida alcanza al pequeño Gavroche en el estómago y delira... Ayla se entera de que los muchachos están atrapados y se cuela por la alcantarilla para rescatar a su hermanito, pero puede que ya sea demasiado tarde...

"Ayla corre por los túneles, rezando, implorando que por una vez en su vida Gavroche la ha obedecido, y que está en casa, esperándola, dormidito en la cama... La joven se arrastra por un viejo túnel y sale a la plaza de Saint Michel, aparta unos barriles que cubrían la entrada del túnel y sale. La niebla y la noche cubren la plaza y le provocan un aire fantasmagórico, una enorme pila de trastos de madera, muebles y otros objetos cubren las dos entradas a la plaza. Junto a una de ellas hay un grupo de personas: Ayla reconoce las chaquetas de los estudiantes, también hay algún que otro campesino que lucha por su libertad. Los chicos forman un corro alrededor de algo que Ayla no puede ver. Empieza a gritar el nombre de su hermano en voz alta y a correr hacia el montón de gente. Enjolras se alza entre sus compañeros y corre hacia ella, la abraza fuertemente impidiéndole el paso hacia la barricada.
-¡Enjolras!-exclama ella mirándole a los ojos- ¿Dónde está? ¿Dónde está mi hermano? Dime que no está aquí, por favor dime que no está aquí...

Al joven se le llenan los ojos de lágrimas y la estrecha contra su pecho. Ayla estalla en llantos.

-¿Qué le ha pasado?-solloza sin despegarse de Enjolras.

-Una bala perdida, le alcanzó mientras construíamos la barricada. Grantaire dice que no durará hasta el amanecer.

-¿Aún vive?-pregunta Ayla con un rayo de esperanza en su mirada.

-Ayla, no durará mucho más. Será mejor que lo dejes estar, sino será aún más difícil...

Ayla ignora el consejo de Enjolras y corre hacia el grupo. Los estudiantes rodean a un joven sentado que tiene un bulto acurrucado en sus brazos. En la barricada hay un par de chicos haciendo guardia, y otro par amontona los cadáveres en un rincón. Ayla se abre pase entre los estudiantes, seguida por Enjolras hasta que alcanza al muchacho que sujeta a su hermano. Ayla coge el bulto en brazos, Grantaire parece resistirse pero un mirada de su líder le hace entregar el pequeño a la chica.

Ayla recoge a Gavroche y se sienta contra la pared, el niño está envuelto con una manta vieja y parece dormido, su respiración es muy debil... La chica le descubre el cuerpo, una tela empapada de rojo le rodea el vientre. Lo vuelve a tapar y lo mece suavemente mientras intenta contener las lágrimas. Gavroche abre los ojos...

-Ayla... -dice debilmente- ¿por qué lloras? He luchado como un héroe...

La chica se traga las lágrimas y le sonríe.

-Estoy muy orgullosa de ti, Gavroche.

Ambos se sonríen... y Gavroche cierra los ojos.

Ayla lo acurruca entre sus brazos y empieza a cantarle una canción. Enjolras, que se ha mantenido ajeno al encuentro, reconoce esa nana... Se la cantaba cuando era niño su querida abuela. Enjolras se une a Ayla en la dulce melodía y toma asiento a su lado, ella apoya la cabeza sobre su hombro. Cantan, cantan y cantan hasta que Ayla se queda dormida. Enjolras la besa en la frente y vela por ella y por el niño toda la noche. La culpa empieza a devorarlo por dentro: ha matado a Gavroche y por él morirán todos sus amigos, morirá Ayla, morirá él. Morirán todos por su culpa... Lo mejor es rendirse y dejar que Javert haga el resto.

Con el amanecer Gavroche tose rotundamente expulsando sangre por su boca. Ayla despierta y Enjolras se pone alerta. El niño tose fuertemente un par de veces más y deja de respirar. Ayla se pone a llorar, abrazada al cuerpecito de su hermano y  con Enjolras rodeándola con los brazos...

Los ruidosos cascos de los caballos de la policía resuenan por el otro lado de la barricada. Enjolras mira a sus compañeros: ha llegado la hora."

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